Las inmensas bondades de Dios para nosotros
“Ahora han sido purificados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (I Corintios 6, 11).
Pecamos, caímos y nos extraviamos, pero nuestro Bondadoso Creador no permitió que permaneciéramos allí. ¡Y no escatimó recursos para hacernos volver al estado primigenio, para que regresáramos a Él! Nos otorgó Su santa Palabra, como una espístola en la cual se nos reveló Su santa voluntad, y nos la dio a conocer. Y, ya que habíamos sido vencidos y oprimidos por nuestro malvado enemigo, de manera que nada más podía sanarnos, se apiadó de nosotros y no dudó en enviarnos a Su Hijo Unigénito para que nos llamara hacia Él, para que nos sanara, a nosotros, que estábamos perdidos y llenos de dolor y sufrimiento. Nos lo envió, asimismo, para que nos librara de la muerte. Todo esto nos fue anunciado por el mismo Hijo de Dios: “Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a Su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a Su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Juan 3, 16-17).
Y Él, viviendo, o mejor dicho, estando exiliado en el mundo, ¡cuántas cosas no hizo! ¡Cuánto bien no realizó! ¡Pero, al mismo tiempo, cuánta difamación, cuántas blasfemias, cuántos insultos no soportó por parte de Sus ingratos siervos! ¡Finalmente, llegó hasta la muerte en cruz para poder salvarnos! Todo eso lo hizo nuestro Bondadosísimo Soberano, con la autorización de Su Padre Celestial y por Su propia voluntad. Nuestro Clementísimo Dios nos llamó a Su santa fe, nos purificó, nos santificó y nos enmendó en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de Su Santísimo Espíritu, tal como dispuso de Su prodigiosa Providencia para con nosotros, de la cual el Apóstol nos dice: “Ahora han sido purificados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (I Corintios 6, 11). Todo esto es de gran provecho para nuestra alma, en la búsqueda de la vida eterna.
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Comoară duhovnicească, din lume adunată, Editura Egumenița, Galați, 2008, p. 42)