Las virtudes del alma como don de la misericordia divina
Dios acepta nuestras virtudes solamente cuando dan testimonio de nuestra fe; por sí mismas, ellas son indignas de Él.
Dios, Quien es completamente perfecto, nos observa a todos los hombres. Ante Su infinito bien se disipa todo el bien humano, mismo que es tan imperfecto, que, como decía uno de los Santos Padres, ya podría ser entendido como una deformación de la Ley de Dios. Recordemos el caso de Abraham, tan conocido por su buen juicio e integridad, quien, a pesar de ser exaltado ante los hombres, no lo fue ante Dios. Ciertamente, ante Dios se le atribuye cual virtud la fe en Aquel que cubre todas las debilidades humanas: Dios Mismo.
Dios acepta nuestras virtudes solamente cuando dan testimonio de nuestra fe; por sí mismas, ellas son indignas de Él. Por esta razón, viendo nuestros corazones, Dios se inclina solamente hacia esos que son humildes, los que están llenos del reconocimiento de su propio estado de pecado, que confiesan la nimiedad de su bien natural y el perjuicio que les ha causado su caída, y que le presentan, cual ofrenda, su añoranza del bien espiritual. El hombre puede practicar, con sus propias fuerzas, las virtudes del alma, pero esas virtudes son un don de nuestro Misericordioso Dios, Quien se los concede a los pobres de espíritu, a quienes están hambrientos y sedientos de la justicia de Cristo.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 198-199)