“¡Levantemos el corazón!”
La mesa del Padre Celestial está preparada, el Cordero de Dios se ofrenda y todos los poderes celestiales, unidos al sacerdote, oran por nosotros. El Señor quiere que todo ser se le entregue en este momento.
En el marco de la Divina Liturgia, los fieles esperamos que la Gracia de Dios descienda sobre nosotros, forzándonos a guardarla para siempre y entregándonosle con todo nuestro ser. A esto nos exhortan las palabras: “¡Levantemos el corazón!”, a las cuales los fieles respondemos: “¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!”.
De hecho, ¿en dónde podrían estar nuestros corazones, es decir, nuestros sentidos, pensamientos y mentes, sino dirigidos al Señor, al sacrificio de Su amor que ahora se prepara en el Santo Altar? En este estremecedor instante de la Divina Liturgia, es necesario que nuestros corazones se alcen hacia Dios, lejos de las cosas terrenales. Estas palabras se vuelven aún más importantes, cuando respondemos: “¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!”. La mesa del Padre Celestial está preparada, el Cordero de Dios se ofrenda y todos los poderes celestiales, unidos al sacerdote, oran por nosotros. El Señor quiere que todo ser se le entregue en este momento, para poderlo purificar en el baño de la misericordiosa Gracia del sacrificio. Con las palabras del salmista, Él nos dice también a nosotros: “¡Hijo, entrégame tu corazón!”. Y es que en la Divina Liturgia recibimos ese llamado, tan sobrecogedor y tan lleno de esperanza: “¡Levantemos el corazón!”.
¡Alcemos, pues, nuestro corazón hacia Él! Él nos creó, con Su don somos salvados y con la comunión del Espíritu Santo toman existencia, en el devenir del tiempo, la tierra y el cielo nuevos del Reino de Dios.