Palabras de espiritualidad

¿Librarnos de nuestros viejos pecados, con tal de hacer sitio para otros nuevos?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Quién se confiesa para reconciliarse sinceramente con Dios, con su propia conciencia y con sus semejantes, para terminar de una vez por todas con su pecado y empezar, en verdad, una nueva vida?

Hablar de la confesión con personas que han nacido y han sido educadas en la Iglesia podría parecer inútil. Pero, por otra parte, si observamos cuán superficial ha llegado a ser nuestra forma de confesarnos en la actualidad, surge una interrogante esencial: ¿Qué es, de hecho, la confesión? ¿Por qué nos confesamos, a qué nos obligamos y hacia dónde nos puede dirigir este sacramento?

Cuando pienso en tantas confesiones, las mías y todas las que he escuchado, me doy cuenta que, usualmente, la confesión se reduce a un momento en el que buscamos librarnos de un enorme peso, de la carga de nuestras viejas pasiones, solamente para poder llevar una vida más fácil. Un chico, respondiendo a la pregunta que le hiciera su hermana, sobre qué es lo que le hacía acudir a la confesión, respondió: “vengo para quitarme mis pecados viejos, y así hacer sitio para otros nuevos”. Creo que no sólo los niños piensan de esta forma, sino que también muchos de nosotros lo hacemos. Venimos a confesarnos para aligerarnos la conciencia, para arrojar el peso del pasado. ¿Pero quién se confiesa para reconciliarse sinceramente con Dios, con su propia conciencia y con sus semejantes, para terminar de una vez por todas con su pecado y empezar, en verdad, una nueva vida?

Esto es algo que cada uno de nosotros debería preguntarse, y no solamente para formarse una idea del problema, sino para acusarse ante Dios y arrepentirse si, como aquel chico, venimos a confesarnos únicamente para quitarnos un peso y tener una mejor vida, y no para terminar con nuestros pecados. Y cuando hablo de los viejos pecados no me refiero a eso que nos queda por corregir —porque para esto nos haría falta una vida entera—, sino que hablo de nuestros faltas, así como son ellas, de todos los pecados por los cuales nuestra conciencia nos reprende, que nos aparecen en toda su fealdad, que se han vuelto insoportables y que queremos redimir. No sólo apartarlos, sino que destruirlos de forma definitiva.

(Traducido de: Cuvântare a mitropolitului Antonie Bloom către enoriașii săi din data de 30 decembrie 1989)