Llamando a la puerta de la piedad de Dios
No importa la gravedad ni la cantidad de tus faltas: lo que tienes que hacer es dobar la cerviz y, con toda humildad, presentarte ante Él y ante tu confesor, diciendo: “¡Perdóname, Señor, porque he pecado contra Ti!”, y Él te perdonará, te abrazará, y te abrirá las puertas de Su Reino.
Dios nuestro Señor descendió del Cielo para los pecadores, pero, aun viendo que todo el tiempo lo entristecemos con nuestros pecados e iniquidades, dice: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os haré descansar”. ¿Ves? Por grandes que sean tus faltas, Él no te dice: “¡Apártate de Mí, hombre pecador, porque no eres digno de Mí!”. Al contrario, te implora: “¡Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados por todos los pecados del mundo, porque solamente en Mí hallaréis descanso!”. ¿Ves lo bueno que es nuestro Dios?
No importa la gravedad ni la cantidad de tus faltas: lo que tienes que hacer es dobar la cerviz y, con toda humildad, presentarte ante Él y ante tu confesor, diciendo: “¡Perdóname, Señor, porque he pecado contra Ti!”, y Él te perdonará, te abrazará, y te abrirá las puertas de Su Reino.
Pero tienes que estar atento, porque el hombre suele desviar su rumbo, inducido por el maligno. Este, siendo espíritu, todo el tiempo siembra en nuestra mente y en nuestro corazón la semilla de las malas acciones. Y si no nos confesamos con nuestro padre espiritual, no nos podremos librar de ellas.
Solamente cuando acudimos a nuestro confesor y, ante el ícono del Señor, revelamos nuestros pensamientos, para después clamar: “¡Perdóname, Señor!”, solo entonces los hacemos desaparecer. De lo contrario, ellos siguen ahí, porque el maligno es un espíritu, y no le cuesta nada atormentarnos permanentemente.
(Traducido de: Starețul Dionisie – Duhovnicul de la Sfântul Munte Athos, Editura Prodromos, 2009, p. 83)