Llorando nuestros pecados invocamos la misericordia de Dios
Tal es el deseo de Dios, que el don de Su salvación (Efesios 2, 8) sea, al mismo tiempo, fruto de nuestra razón, nuestra voluntad y nuestro amor.
¡Bienaventurado el hombre que sabe llorar por sus pecados! La tristeza por haber enfadado a Dios es algo mucho más grande y útil que toda la alegría del mundo. Si la alegría del mundo viene mezclada con la tristeza, las lágrimas de contrición producen una felicidad permanente e inagotable. ¡Apresurémonos a sembrar lágrimas de arrepentimiento, para poder cosechar la alegría de la salvación!
La salvación es un acto de la misericordia de Dios, por medio del cual nos libra del pecado, si así lo queremos y si nos esforzamos en ello. Si, con todo, no es esa nuestra voluntad, tenemos que recordar que nadie se salva a la fuerza. Tal es el deseo de Dios, que el don de Su salvación (Efesios 2, 8) sea, al mismo tiempo, fruto de nuestra razón, nuestra voluntad y nuestro amor.
(Traducido de: Ieromonahul Arsenie Boca, Vreau să schimb lacrimile voastre în bucurie, Editura Agaton, Făgăraş, 2014, p. 148)