Llorar con el que llora
Un individuo acude a otro para contarle sus tristezas, pero este rehúsa escucharlo, para no perder su propia alegría. ¿Cómo? Disimulando que tiene prisa o cambiando de tema, para evitar ese tipo de conversaciones. ¡Esto es realmente cosa del maligno!
Padre, cuando alguien tiene un problema y viene y lo cuenta una y otra vez, incluso cuando ese problema ya se ha resuelto, ¿cómo tenemos que actuar con esa persona?
—La primera vez se justifica que se extienda hablando de su problema. Y es bueno que lo escuches. Si no lo escuchas, creerá que te fastidia o que no lo entiendes. Pero, si todo el tiempo habla de lo mismo, puedes decirle: “Perdóname, pero ya no te escucharé. Pero no porque no pueda hacerlo, sino porque ya no te ayuda que te escuche. Tú haces un invierno en verano. ¡Pero ahora todo está mejor, ha llegado la primavera! Y después vendrá el verano. Pero tú sigues pensando en el frío del invierno y, con solo esto, te resfrías”.
Con todo, algunas veces es posible observar lo siguiente, incluso en las relaciones entre personas espirituales. Un individuo acude a otro para contarle sus tristezas, pero este rehúsa escucharlo, para no perder su propia alegría. ¿Cómo? Disimulando que tiene prisa o cambiando de tema, para evitar ese tipo de conversaciones. ¡Esto es realmente cosa del maligno! Es como si alguien muriera y yo me fuera canando. ¿En dónde queda eso de “llorar con los que lloran” (Romanos 12, 5)? Sobre todo, cuando se trata de asuntos serios de la Iglesia y, como cristiano, rechazas participar de la angustia del otro; con esto, dejas de ser parte del Cuerpo de la Iglesia.
(Traducido de. Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, vol.2: Trezire duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ed. a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 138-139)