¡Lo importante es orar con todo el corazón!
El caracol camina despacio, pero avanza con todo y su casa. Ora despacio, ora en silencio, pero ora con el corazón, porque si no estarás haciendo algo superficial, algo que no es oración.
Los sufrimientos te ofrecen una profunda sabiduría y te hacen pensar seriamente en tu salvación. Hermano, ¿sabes quién te cuida todo el tiempo? Nuestro ángel custodio destruye y pulveriza al demonio, que ya no tiene ninguna misión, sino que es un apóstata. El ángel guardián sí tiene una misión por cumplir. La lucha se libra entre ellos dos, y gana aquel de cuya parte estemos nosotros. ¿Acaso no sería una vergüenza abandonar a nuestro ángel custodio y darle la victoria al maligno, al enemigo del ángel, a nuestro enemigo, con nuestra indiferencia e incluso con nuestras caídas directas? Y, con todo, Dios, por Su bondad, nos permite levantarnos por medio de la Santa Confesión. Su indulgencia no tiene descanso, en lo que respecta a la salvación de Sus hijos, los hombres. Por eso es que, viendo que mi corazón se ha petrificado, reconozco que no merezco nada. ¡Pero es que mi corazón tendría que ser maleable todo el tiempo, no duro como la piedra! Cada uno debería tener un corazón encendido, abrasador. ¡No permitamos que los malos pensamientos nos inunden! Si vienen, disipémoslos con la oración, sin detenernos a meditar tanto, sino simplemente dedicándonos a orar.
Una vez, un monje empujó la puerta de su celda para salir, pero notó que alguien le hacía oposición desde el otro lado, tratando de entrar. Pronto entendió que quien intentaba entrar en su celda era el mismísimo demonio. Angustiado, musitó: “Señor, ten piedad”, pero con la boca apretada, casi sin quererlo. Oyendo la pobre oración de aquel hombre, el maligno se armó de brío y empezó a empujar con más fuerza. Incapaz de hacerle frente al enemigo, el monje clamó con un suspiro: “¡Señor, no me abandones!”. En ese mismo momento, el demonio desapareció. El monje cayó de rodillas y empezó a llorar. Entonces, se le apareció nuestro Señor. “Señor, ¿por qué no me ayudaste?”. “¡Cuando en verdad me llamaste, vine a ayudarte!”.
El caracol camina despacio, pero avanza con todo y su casa. Ora despacio, ora en silencio, pero ora con el corazón, porque si no estarás haciendo algo superficial, algo que no es oración.
(Traducido de: Arhimandritul Arsenie Papacioc, Cuvânt despre bucuria duhovnicească, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2003, pp. 200-201)