Lo importante es que el alma se abra a Dios, como una flor
Miremos el ejemplo de la flor silvestre: por la mañana, cuando el rocío flota en el aire, si la flor abre sus pétalos, recibe ese benefactor baño. Por el contrario, si no se abre, no recibe ningún beneficio. El rocío existe y está presto para humectar, pero lo importante es que el alma, como una flor, se abra a Dios. Si se abre, el encuentro entre Dios y el hombre —por medio de la oración, la contemplación mística y la experiencia espiritual profunda— tiene lugar y se convierte en algo único en la vida.
Partiendo de mi experiencia personal. te puedo dar el siguiente consejo: no caigas en la desesperanza, aún si te encuentras al fondo del abismo. Y si alcanzaste ya la cima de la montaña, no te marees. Esto es aún peor, aturdirte después de llegar a lo más alto. Porque, usualmente, quien ha caído al fondo del abismo recurre a la oración como fuente de auxilio; sin embargo, cuando se halla arriba, se olvida de orar. Esto no quiere decir que debamos pedirle a Dios estar siempre en el fondo del precipicio, pero es justo reconocer que todos hemos caído una o más veces, en nuestra vida, en alguna depresión semejante. Luego, es importantísimo tener a la mano esta arma, que es la oración sencilla, la oración sin pretensiones, sin ambiciones de santidad, pero que, sin embargo, te santifica con su misma santidad; esa oración que te hace sentir que ya no estás solo, que te acompaña en tu aflicción o en tu enfermedad, que te tiende la mano. Basta con ser suficientemente receptivos, para poder apreciar sus bondades.
Hace pocos días me preguntaba un intelectual muy refinado, al encontrarnos en (la ciudad de) Cluj: “¿Qué sucede con mi experiencia de cada día? Yo soy tan sólo una persona cualquiera... ¿Cómo puedo hacer que mi encuentro con Dios sea permanente?”. Y le respondí: “Depende de ti, no de Dios. Él siempre está disponible. Lo importante es que tú, como persona, tengas tus antenas dirigidas a Él y seas receptivo a lo que quiere decirte”.
Miremos el ejemplo de la flor silvestre: por la mañana, cuando el rocío flota en el aire, si la flor abre sus pétalos, recibe ese benefactor baño. Por el contrario, si no se abre, no recibe ningún beneficio. El rocío existe y está presto para humectar, pero lo importante es que el alma, como una flor, se abra a Dios. Si se abre, el encuentro entre Dios y el hombre —por medio de la oración, la contemplación mística y la experiencia espiritual profunda— tiene lugar y se convierte en algo único en la vida.
(Traducido de: Mitropolit Bartolomeu Anania, Rugăciunea, izvor de putere în încercările vieţii, Editura Doxologia, 2013, pp. 37-38)