Palabras de espiritualidad

Lo que diferencia al verdadero cristiano del fariseo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Cómo reconocer al fariseo? Lo suyo es hablar mucho y orar sin sentir un ápice del amor divino, sin virtud y sin una verdadera santidad. Esas personas deshonran el nombre de Cristo (Romanos 2, 24).

Los escribas y los fariseos, carentes de amor, pero pletóricos de ardides y de maldad, buscaban siempre la manera de obstaculizar la labor de nuestro Señor Jesucristo, razón por la cual lo persiguieron hasta la muerte. En un momento dado, Él les recriminó abiertamente su falsedad, llamándolos “sepulcros blanqueados”, que por dentro están llenos de podredumbre, pero por fuera se muestran resplandecientes, para engañar a los demás. Y les dijo aquellas estremecedoras palabras: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el Reino de Dios a los hombres!” (Mateo 23, 13-27) Tales fueron las durísimas palabras del Señor hacia los fariseos, porque eran y siguieron siendo un grupo de personas perversas y asesinas, completamente contrarias a Cristo, Su Iglesia y la Verdad divina, aun a sabiendas de que Dios nunca les volvió la espalda, llamándolos a iluminar el mundo. Por eso fue que los “adoptó”.

Por eso, quien quiera ser un cristiano verdadero tiene que apartarse de esa clase de personas y de su forma de pensar. Desafortunadamente, hay una gran cantidad de fariseos entre nosotros. Es decir que aún entre los cristianos de hoy en día, hay muchos que no son sino fariseos probados. ¡Terrible! Y usualmente vienen acompañados de grandes ayunos, vehementes plegarias y enormes cruces. En resumen, lo suyo es hablar mucho y orar sin sentir un ápice del amor divino, sin virtud y sin una verdadera santidad. Esas personas deshonran el nombre de Cristo (Romanos 2, 24) y apartan a muchos del cristianismo, de la Iglesia. Los fariseos, tanto entonces como ahora, son, tristemente, personas muy “religiosas”. Cumplen a rajatabla sus deberes religiosos, como los devotos de cualquier otra creencia. Pero no tienen un vínculo real con la Iglesia de Cristo, que recomienda el amor verdadero, incluso hasta el sacrificio. Luego, una cosa es ser “religioso” (fariseo) y otra ser un miembro de la Iglesia, caracterizado por la humildad, el amor, la verdad y la libertad, excluyendo siempre el orgullo. Ciertamente, Dios recibe a todos los que se arrepienten, los perdona, e incluso les da el don de la santidad, pero los fariseos y los escribas siguen sin recibir el perdón de Dios, porque jamás se arrepienten y nunca piden perdón. Por eso es que viven y seguirán viviendo en su propio infierno, mientras persistan en su falta de arrepentimiento.

(Traducido de: Arhimandritul Timotei KilifisHristos, Mântuitorul nostru, Editura Egumenița, 2007, pp. 107-108)