Lo que le pedimos al Señor cuando comulgamos
Le pedimos a Dios cosas interiores que transformen nuestro humilde ser; le pedimos a Él que sea el inquilino de nuestra vida entera.
En una de las oraciones que elevamos después de haber comulgado con los divinos, santos, purísimos, perpetuos, celestiales, vivificantes y estremecedores misterios de Cristo, decimos: ‟Entra en la composición de mis miembros”. No decimos ‟entra en mi corazón”. ¿Qué significa esto? ¿A qué se refiere esta petición? Podríamos estar hablando de los riñones... pero también del corazón. Le pedimos al Señor que entre, pero no solamente en nuestro corazón ni en nuestros riñones. Esa es la forma en que debemos entenderlo, porque a eso se refería quien escribió dicha oración: ‟Entra en la composición de mis miembros, quema las espinas de todos mis pecados, santifica mis pensamientos, mis huesos y mis articulaciones, hazme morada de Tu Espíritu para dejar de ser casa del pecado, santifícame, ilumíname y dame la sabiduría que me falta. Purifícame, lávame y lléname de luz. Haz de mí una morada para Espíritu Santo y no para el pecado. Y que todo mal y toda pasión se aparte de mí como del fuego”.
Entonces, le pedimos a Dios cosas interiores que transformen nuestro humilde ser; le pedimos a Él que sea el inquilino de nuestra vida entera. Tristemente, estas son cosas que talvez decimos, pero que pensamos poco. Las decimos porque las encontramos escritas en alguna parte. Las leemos como si las tuviera que escuchar alguien —desde luego y en primer lugar, Dios—, pero no las escuchamos nosotros mismos, no entran en nuestra mente, en la estructura de nuestros pensamientos, en nuestro ser.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătăţire sufletească, Editura Agaton, pp. 137-138)