Lo que lleva al hombre a pedir el auxilio de Dios
¡Es incomprensible cómo los hombres se preocupan tanto por la salud del cuerpo, pero se olvidan del perdón de los pecados!
Siendo la naturaleza del cuerpo sorda, ciega y muda, es imposible entenderte con él sino por medio del esfuerzo y el hambre; sin embargo, en todo debe obrarse con discernimiento, para no terminar afectando nuestra salud. La templanza ayuda a ahuyentar al enemigo de Dios. La oración y el ayuno expulsan del cuerpo a los demonios de la gula y la ira. El hambre amansa a las fieras.
Dicho lo anterior, es importante subrayar que toda esta lucha no debe librarse sin la guía de un buen padre espiritual, que sepa cómo proceder para cada caso en particular, según las necesidades, las capacidades y las fuerzas de cada individuo. Es decir que el ayuno debe ser prescrito en concordancia con la edad, la salud —aunque a muchos les ayuda a sanar—, las fuerzas y la clase de tentaciones. Esto es lo que pide la justa medida. Los que se han apresurao a practicar severamente estos esfuerzos, sin el consejo del discernimiento, han visto sus efectos demorarse, o, renunciando, han perdido todo. Por eso es que los Padres, pensando en aquellos que se apresuran en su intento de extinguir las pasiones, decían que son más los que se han perjudicado con el ayuno, que los que se han enfermado por comer mucho, y exaltaban el buen juicio como la virtud más grande. El afecto vicioso por el cuerpo a muchos los vuelve en contra de su padre espiritual, aunque esa animadversión no les dura mucho, porque la enfermedad los hace regresar; a otros, sin embargo, conducidos por su propio orgullo, ni siquiera les permite ir alguna vez a buscar a su padre espiritual, aunque en su mente eso es lo que quisieran hacer. Pero, humillándose, dichas personas vencen el obstáculo que les pone el maligno y vuelven a luchar por salvarse.
Es incomprensible cómo el hombre no siente con el alma que se ha apartado de la humanidad, sino que apenas siente con el cuerpo que se ha alejado de Dios y que se ha convertido en un puñado de rastrojos. Es incomprensible cómo el dolor del cuerpo lleva al hombre a pedir el auxilio de Dios, en tanto que el dolor del alma, su debilidad o su atrofia ni siquiera lo hacen moverse. ¡Es incomprensible cómo los hombres se preocupan tanto por la salud del cuerpo, pero se olvidan del perdón de los pecados!
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, p. 174)