Tenemos que saber que no hay alma bajo el cielo que haya puesto su esperanza en la Madre del Señor y haya sido defraudada. Por sus oraciones, toda alma halla —ya desde este mundo— paz, consuelo, amparo y fortaleza. Y, en la hora de su muerte, la misericordia de la Madre de Dios no la abandonará.

Y cuando llegue el Día del Juicio, la Santísima Madre se postrará de rodillas ante su Santísimo y Dulcísimo Hijo, nuestro Señor y Dios Jesucristo, y dirá: “Señor, Dios mío e Hijo mío, esta alma afligida, aunque haya pecado me ha pedido siempre que interceda ante Ti. Perdónala y muéstrale Tu misericordia”. Y así, por las oraciones de la Madre del Señor, obtendremos la misericordia divina: en este mundo, a la hora de nuestra muerte, y en el Día del Juicio.

(Traducido de: Arhimandritul Cleopa Ilie, Îndrumări duhovnicești pentru vremelnicie și veșnicie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, p. 148)