Palabras de espiritualidad

‟Lo que tienes que hacer es ponerte a orar”

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Ya no quería vivir; lo único que quería era que cesara tanto tormento”.

«Antes no creía en Dios, aunque mis padres me bautizaron cuando era muy pequeña.  Reconozco que he cometido pecados muy graves. Esto explica por qué mi vida fue cayendo en picada, hasta sumirme en una profunda desesperanza. Un día, incapaz de soportar más problemas, decidí que lo mejor era ahorcarme. Ya no quería vivir; lo único que quería era que cesara tanto tormento. Busqué una cuerda y comencé a prepararla para atarla al techo de la sala de mi casa. Repentinamente, del sótano apareció un anciano. Tenía un rostro afable, luminoso; estaba vestido con un grueso abrigo y llevaba un par de botas algo agrietadas por el uso. “En vez de ahorcarte, lo que tienes que hacer es ponerte a orar”, me dijo. E inmediatamente empezó a enumerar cada uno de los abortos a los que me había sometido en todos esos años. Asustada, me pareció ver las caritas de todos esos bebés, mis bebés, a los que injustamente privé de la vida. Sentí un pesar muy grande al escuchar que alguien más conocía mis pecados. Pero el anciano me dirigió una mirada afectuosa, y desapareció.

Caí de rodillas y empecé a llorar. Cuando me repuse, corrí al sótano a buscar al anciano, pero no lo encontré. Sus palabras seguían retumbando en mi mente. La idea de suicidarme se disipó. Lo que siguió fue un largo período de remordimiento y reflexión. Un día, conversando con una conocida mía que es muy creyente, le relaté lo sucedido. Me dijo: “Eso fue un milagro de Dios. Ve a la iglesia y confiésate. Dios te perdonará y tu vida cambiará completamente”.

Ese mismo día fui a la iglesia, y en un ícono reconocí al anciano que me había visitado, solamente que ahora aparecía vestido con un refulgente atuendo. Le pregunté a una persona que estaba cerca de mí: “¿Quién es ese santo?”. “Es San Nicolás”, me respondió, “obispo de Mira. Un santo muy milagroso”.

Este milagro y la misericordia de Dios transformaron radicalmente mi vida. Comencé a creer con todo el corazón. Ahora asisto con frecuencia a la iglesia, me confieso y comulgo. Me esmero en llevar una vida agradable a Dios. Y no dejo de agradecerle a San Nicolás, nuestro protector en las tribulaciones y la necesidad».

(Traducido de: Noi minuni ale Sfântului Nicolae, Editura Sophia, 2004,  pp. 125-127)