Palabras de espiritualidad

Los buenos pensamientos nos ofrecen salud espiritual

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Si quieres trabajar en lo que respecta a ti mismo, no te pongas a indagar qué hacen los demás, sino que procura cultivar solamente buenos pensamientos, tanto sobre lo bueno como sobre lo malo que veas en ellos.

Padre, ¿cuáles son las características de una mente débil?

—¿A qué te refieres? Es la primera vez que oigo esa expresión...

Usted habló del hecho de tener una mente torcida, de interpretar mal un comportamiento...

—¿Y yo dije que eso es tener una mente débil?

Me acordé de aquel muchacho que quiso quedarse con Usted como discípulo, y la respuesta que Usted le dio fue: “No, porque tienes una mente débil”.

—No. No le dije eso. Le dije: “No te tomo como discípulo, porque no tienes una buena salud espiritual”. Y él me preguntó: “¿Qué es estar sano espiritualmente?”. “No tienes buenos pensamientos”, le respondí. “Como hombre, también yo tengo mis defectos, pero luego de tantos años de vida monacal podría tener también alguna que otra virtud. Pero, si no tienes una mente buena, tanto mis defectos como mis virtudes podrían terminar lastimándote”. De un niño pequeño se podría decir que tiene una “mente débil”, porque aún es inmaduro, pero no de un adulto.

¿Padre, todos los mayores son también maduros?

—Algunos no llegan a madurar, por culpa de su propia cabeza. Una cosa distinta es cuando la cabeza no da para más. Pero, cuando la persona no actúa guiada por la simplicidad, su mente se dirige siempre al mal y todo lo entiende de forma retorcida. Esto ocurre cuando el individuo no tiene una buena salud espiritual, y no sólo no tiene parte del bien, sino que también sufre.

Padre, si veo alguna anomalía, ¿es útil querer saber quién la cometió?

—Primero examínate a ti mismo, para ver si no la has cometido tú también. Esto es mucho mejor.

¿Y si los otros me dan motivos...?

—¿Y tú cuántos motivos no les das a los demás? Si lo piensas bien, entenderás que te equivocas enfrentando las cosas de esa manera.

Cuando decimos “Yo creo que esto lo hizo X.”, ¿es un pensamiento equivocado?

—¿Estás realmente seguro de que lo hizo esa persona?

No... pero otras veces sí que lo ha hecho.

—Es un pensamiento errado, porque no estás seguro. Luego, aunque esa persona lo hubera hecho, no sabemos cómo y por qué lo hizo.

¿Y si, por ejemplo, veo que un hermano (monje) tiene alguna pasión?

—¿Tú eres el stárets? El stárets es quien responde por ustedes, y por esa misma razón debe conocer las pasiones de cada uno. ¿Pero, a ustedes por qué les interesa conocer las pasiones de los demás? Eso significa que aún no han aprendido a trabajar correctamente en lo que es de cada quien. Si quieres trabajar en lo que respecta a ti mismo, no te pongas a indagar qué hacen los demás, sino que procura cultivar solamente buenos pensamientos, tanto sobre lo bueno como sobre lo malo que veas en ellos. Indiferentemente del propósito con que el otro haga algo, cultiva siempre un buen pensamiento sobre él. Un buen pensamiento está siempre lleno de amor; por eso, fácilmente “desarma” al otro y lo lleva a comportarse correctamente contigo.

¿Te acuerdas de aquellas monjas que tomaron a un ladrón por un venerable anciano? Cuando se descubrió quién era en verdad, creyeron que era un “loco por Cristo”, que se hacía pasar por ladrón. Entonces sintieron por él un mayor respeto. Finalmente, tanto él como quienes le rodeaban llegaron a salvarse. Entre los relatos de los monjes de los primeros siglos hay uno muy interesante: el jefe de un grupo de bandidos se disfrazó de monje y una noche pidió posada en un monasterio de monjas, para poder atracarlo. La abadesa y todas las monjas le recibieron con un profundo respeto, como si se tratara de un virtuoso anciano. Así, le pidieron que descansara un poco, después le lavaron los pies y, sin que aquel hombre lo supiera, devotamente conservaron un poco de aquella agua. Llena de fe, una monjita que sufría de parálisis se lavó los pies con esa misma agua... y sanó inmediatamente. Agradecida, corrió a pedirle su bendición al supuesto monje, Viendo aquel prodigio, el bandido sufrió una profunda transformación interior: se arrepintió, arrojó la espada que llevaba escondida debajo de los hábitos y, al poco tiempo, tanto él como los demás miembros de su banda se hicieron monjes, dedicando el resto de sus vidas a una severa vida monacal.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul III. Nevoință duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 23-26)