Los conflictos se resuelven cuando entendemos que debemos perdonar y ser perdonados
¡Sean creyentes, sean buenos, sean piadosos! La vida en común es dura. Debes saber cómo hacerte perdonar. Perdonar es mucho más fácil que pedir perdón...
Cuando pronunciamos el “Padre nuestro” cada mañana y cada noche, diciendo las palabras: “y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”, pero aún así no perdonamos a quienes nos han hecho daño, lo que estamos haciendo es pedir nuestra propia condena. Porque acabas de decir, “¡Señor, si yo perdono, perdóname Tú; pero si no perdono, entonces tampoco Tú me perdones!”. ¿Acaso no nos damos cuenta que estamos pidiendo nuestra propia condena si no somos capaces de perdonar? En el momento en que decimos, “perdónanos, así como nosotros perdonamos”, estamos pidiendo nuestro propio castigo, porque sabemos claramente que no perdonamos a quien se atreva a ofendernos. Nuestro corazón tiende al mal y el maligno hace su nido en él, para que no amemos a Dios y a nuestro semejante. Así, nos alejamos de Él, diciendo: “¡Señor, mejor no me perdones, porque tampoco yo sé perdonar!”.
¡Sean creyentes, sean buenos, sean piadosos! La vida en común es dura. Debes saber cómo hacerte perdonar. Perdonar es mucho más fácil que pedir perdón, porque, perdonando, pareciera que te viene un sentimiento de superioridad. Pero al pedir perdón, te humillas, y ésto es precisamente lo que Dios espera de nosotros. Cuando te equivoques, pide perdón.
Vivimos en comunidad: en familia, en grupos, en sociedad, en instituciones... ¿Cómo resolver, entonces, este problema, los conflictos comunes? Sólo entendiendo que debo perdonar y ser perdonado. Así viviremos en paz, así obtendremos la fe verdadera, así habrá armonía. Esa armonía que Jesús trata de instaurar en el mundo, con Su Iglesia. Este es el comienzo del Reino de Dios: la Iglesia.
(Traducido de: Părintele Cheorghe Calciu, Cuvinte vii, ediţie îngrijită la Mănăstirea Diaconeşti, Editura Bonifaciu, 2009, p. 40)