Palabras de espiritualidad

Los dones de la Madre de Dios para quienes asisten con fervor a los oficios litúrgicos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Una mañana, mientras participaba de los oficios litúrgicos, lleno de atención, devoción y fervor, vio cómo la Santísima Virgen entraba en la iglesia, completamente llena de luz, acompañada de dos ángeles, también muy luminosos. Uno de ellos le antecedía portando un cirio, en tanto que el otro caminaba detrás de ella.

San Atanasio de Athos edificó una hermosa iglesia en honor a la Santísima Virgen, y ella le prometió que personalmente le otorgaría todo lo necesario a aquel santo emplazamiento, pidiéndole solamente que los monjes del nuevo monasterio cumplieran con sus respectivas obligaciones. Y en verdad así lo hizo, “inspeccionando” constantemente el estado espiritual de los monjes de dicha comunidad, como se puede ver en el siguiente relato:

El protagonista de este suceso fue uno de los monjes, llamado Mateo, muy virtuoso y con un corazón puro e iluminado. Una mañana, mientras participaba de los oficios litúrgicos, lleno de atención, devoción y fervor, vio cómo la Santísima Virgen entraba en la iglesia, completamente llena de luz, acompañada de dos ángeles, también muy luminosos. Uno de ellos le antecedía portando un cirio, en tanto que el otro caminaba detrás de ella. La Virgen parecía pasar entre los monjes, otorgando ciertos dones a cada uno de ellos. Así, a los monjes que cantaban en el facistol, les dio una moneda de oro; a los que estaban en otras partes de la iglesia, unos doce centavos; a los que estaban en la anteiglesia les dio seis centavos, y a otros monjes, de los más íntegros, les otorgó seis monedas de oro. Mateo vio todo esto, y también él recibió seis centavos de sus purísimas manos.

Al finalizar la visión, el monje corrió a buscar a San Atanasio y le suplicó que le dejara cantar en el facistol, relatándole lo sucedido. El padre, entendiendo que la Virgen cumplía con lo que le había prometido, se llenó de un gran regocijo espiritual. Las monedas y los centavos eran, con certeza, los dones con los que la Madre de Dios retribuía a los monjes, de acuerdo a sus merecimientos. Ya que los que cantaban en el facistol elevaron oraciones más fervientes y atentas, la Virgen los premió con mayor generosidad, en tanto que los que oraron con la mente dispersa recibieron una retribución menor.

Como recordamos, también Mateo recibió un premio menor, con un doble propósito: para que se hiciera humilde y relatara su visión, y para que no intentara asemejarse a los más virtuosos, contándose entre los más pequeños y manteniendo su mente humilde. Este acontecimiento demostró el afecto de la Santísima Madre de Dios hacia San Atanasio y su monasterio.

(Traducido de: Protos. Nicodim Măndiță, Minunile Maicii Domnului, Editura Agapis, pp.333-334)