Los esposos se pertenecen mutuamente
Esposo y esposa se pertenecen el uno al otro. Y esto no es sólo una exigencia de la moral social —tendiente a protege el hogar familiar—, sino también un misterio imperioso y profundo, intrínseco del matrimonio.
El que entra al matrimonio siendo puro y casto conoce, por primera vez, el misterio de la unión carnal y esto origina en su alma una actitud nueva, devota, respecto al cuerpo del otro, que asume una especial importancia para él. Como nos lo demuestra la vida misma, justamente después del primer acercamiento físico (en condiciones normales) del matrimonio, florece en el alma un sentimiento profundo y feliz de amor recíproco, de tierno respeto y de unión indisoluble entre los cónyuges. Es precisamente aquí, en este punto, en donde la experiencia demuestra la justicia de la monogamia y la injusticia de los divorcios.
Esposo y esposa se pertenecen el uno al otro. Y esto no es sólo una exigencia de la moral social —tendiente a protege el hogar familiar—, sino también un misterio imperioso y profundo, intrínseco del matrimonio. El vínculo sexual no puede separarse de los otros modos de cohesión entre esposos, porque crea y conforma la integridad de todas las relaciones recíprocas existente entre ellos. Cuando el amor florece entre los esposos, su brillo lo cubre todo, lo domina.
Entonces, hasta la más pequeña desarmonía es percibida muy dolorosamente: la desatención, la negligencia, la indiferencia... incluso los gestos más insignificantes comienzan a producir tristeza, desasosiego, incertidumbre y enojo. Pero cuando aparecen las primeras señales de un embarazo, las relaciones entre los cónyuges se fortalecen aún más, en el amor al pequeño que está por venir al mundo, en el bendito estremecimiento suscitado por el misterio del nacimiento de un nuevo ser humano gracias a la aproximación entre esposo y esposa.
La fineza y la pureza del amor mutuo no sólo no son ajenas al contacto físico, sino que, al contrario, se alimentan de él, y no hay nada mejor que la profunda ternura que florece sólo en el matrimonio y cuyo sentido consiste en el sentimiento vivo de la integración recíproca. Así, desaparece la apreciación del propio “yo” como individuo separado y, tanto en su mundo interior como en sus trabajos exteriores, cada uno de los esposos se siente parte de algo común: no quieren ya vivir el uno sin el otro, quieren verlo todo juntos, hacerlo todo juntos, estar juntos en todo. Cualquier separación, por pequeña que ésta sea, es asumida con tristeza, como una ruptura en la integridad de esta unidad. Y, ojo, que todos estos sentimientos no son, de ninguna manera, un triunfo del sentimentalismo, como el expuesto con ironía por Gogol a través de Atanasio Ivanovich y Pulqueria Ivanovna, en “Terratenientes del Viejo Mundo”.
El amor sano y normal entre esposos, no sólo no siente necesidad de distancias egoístas para con los demás, sino que, al contrario, hace que nazcan nuevas y extraordinarias sensibilidades hacia todos. El tierno cuidado que se prodigan recíprocamente los cónyuges crea, involuntaria y naturalmente, un cuidado igual de tierno hacia los demás. Escapando del poder del egoísmo, tanto el esposo como la esposa, cada uno aprende a abrir su corazón hacia todos los demás.
(Traducido de: Cum să ne întemeiem o familie ortodoxă: 250 de sfaturi înţelepte pentru soţ şi soţie de la sfinţi şi mari duhovnici, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2011, pp. 14-16)