Los frutos de la oración comunitaria
Para que la sanación del hombre se materialice, es necesaria una colaboración amorosa entre el sacerdote y el fiel, y entre ellos y Dios, por medio de la virtud.
La oración comunitaria de los cristianos ortodoxos es la más agradable al Señor, porque es semilla y fruto del amor entre los hombres. La oración comunitaria es siempre presidida por un enviado de Dios, un hombre santificado por Él para que estimule el amor entre semejantes, y entre los hombres y Dios. El sacerdote tiene ese carisma y esa misión en la Iglesia. Por eso, con su presencia y su labor, el sacerdote constituye un verdadero órgano de la Gracia de Dios.
«Hermanos, tomad como modelos de constancia y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor. Mirad cómo tenemos por dichosos a los que fueron pacientes. Habéis oído la paciencia de Job y habéis visto el designio del Señor, porque el Señor es compasivo y misericordioso. Hermanos míos, ante todo no juréis ni por el cielo ni por la tierra, ni con cualquier otro juramento, sino que vuestro “sí” sea “sí” y vuestro “no”, “no”, para no incurrir en condenación. ¿Está afligido alguno de vosotros? Que ore. ¿Está alegre? Que cante los Salmos. ¿Está enfermo? Que llame a los sacerdotes de la Iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido» (Santiago 5, 10-15).
Es importante subrayar que no es el sacerdote quien sana, ni su oración tiene un efecto ex opere operato (automáticamente, como si las solas palabras del sacerdote tuvieran un efecto “mágico” e inmediato) sobre el enfermo, sino que es Dios obra la sanación del hombre. Dios escucha la plegaria del sacerdote y elige a quién sanar, cuándo y cómo. Por eso, es necesaria una colaboración amorosa entre el sacerdote y el fiel, y entre ellos y Dios, por medio de la virtud. Cuando existe esta amorosa unión en Cristo, y la sanación de la enfermedad es para gloria de Dios y provecho de los hombres, Dios responde a su oración común, rebosando Su misericordia. Solo entonces se materializa la palabra del Señor: “Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por Mi Padre celestial. Porque donde hay dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mateo 18, 19-20).
(Traducido de: Ieromonahul Adrian Făgețeanu, Ieromonahul Mihail Stanciu, De ce caută omul contemporan semne, minuni și vindecări paranormale? Un răspuns ortodox, Editura Sophia, București, 2004, pp. 74-75)