Los lazos invisibles que unen estrechamente a padres e hijos
Como si fueran donadores de sangre, los antepasados hacen una “transfusión” constante de energía espiritual a sus descendientes.
Basándose en su rica experiencia médica y pastoral, el metropolitano Antonio de Surozh afirma: “Cada generación hereda de las anteriores (especialmente, los hijos de sus padres y de sus familiares cercanos) las características de su forma de pensar, de su corazón y su voluntad, así como algunas particularidades físicas y problemas resueltos y por resolver...” Si los padres, por ejemplo, han resuelto determinado problema, les transmiten a sus hijos una humanidad más refinada, libre de aquel “problema maldito”, utilizando la expresión de Dostoyevski. Si, al contrario, los padres no consiguen resolver ese problema, la siguiente generación se topará con él en determinado momento.
He conocido personas que me dicen: “Tengo tal tentación. Repentinamente me surge tal problema, padre. ¿De dónde proviene?”. Y, “cavando” en su pasado, logramos descubrir, en sus padres o en otros parientes, el mismo problema, que se ha quedado sin resolver. Luego, solucionándolo como algo heredado, se resuelve también para aquellos antepasados que no pudieron hacerlo.
Un conocido sacerdote contemporáneo formula la ley de la herencia espiritual: “El niño hereda de sus padres sólo aquel potencial de energías divinas que tenían ellos cuando le concibieron”. Este fenómeno explica por qué los padres le transmiten a sus hijos su carencia de Gracia, así como sus vicios y tendencias perniciosas, de las que no han podido escapar hasta ese momento. De la misma forma, les heredan sus virtudes, “el potencial de energías divinas gratíficas”.
Los padres se hallan vinculados a sus hijos con lazos invisibles, espirituales-morales. Las almas comparten los valores y sentimientos que hayan alcanzado. Popularmente se dice: “un alma habla de otra”. La comunicación entre los corazones se realiza cual intercambio y recíproco conocimiento intuitivo, usualmente inconsciente. Como si fueran donadores de sangre, los antepasados hacen una “transfusión” constante de energía espiritual a sus descendientes.
Este lazo nos recuerda la ley de los vasos comunicantes: el nivel del agua es el mismo en todos, sin importar cuánta extraigamos de uno de ellos. El “líquido” que llena el “recipiente” paterno se transfiere al alma del niño. Y de aquí toma el hijo o la hija muchos de los elementos necesarios para el crecimiento y desarrollo de su organismo, así como para la formación de su personalidad. Se transmiten, también, las consecuencias del pecado y los frutos de la Gracia. Es importante subrayar que la influencia del padre es igual a la de la madre. No hay diferencias.
Esta interacción no termina jamás, aunque cambie de forma e intensidad. Probablemente, no depende del tiempo y del espacio; al menos, no desaparece después de la muerte física de los padres o los hijos.
(Traducido de: K. V. Zorin, Păcatele părinţilor şi bolile copiilor, traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2007, pp. 40-42)