Palabras de espiritualidad

Los niños ante la idea de la muerte

  • Foto: Doxologia

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He aquí dos formas de la misma experiencia...

El encuentro con la muerte es vivido de forma diferente por cada persona, de acuerdo a su edad y las circunstancias de su vida.

Pensemos en los niños que escuchan la palabra “muerte”. Algunos de ellos se harán una representación confusa, otros quizá hayan perdido a alguno de sus padres o a ambos, sufriendo en soledad ese dolor. Perciben la pérdida, pero no a la muerte en sí. La mayoría de niños —sobre todo los varones—, durante algún período de la infancia habrán jugado a la guerra. “Te disparé. Estás muerto. Arrójate al suelo”. Y el otro niño se tiende sobre el suelo. En aquel momento, a nivel emocional, protegido por las reglas del juego, él sabe que está muerto, lo que significa que debe dejar de jugar, de correr, de tan siquiera moverse. Simplemente debe permanecer tendido, inmóvil. La vida sigue a su alrededor, y él no puede participar de ella... hasta que se aburra y diga: “¡Ya me cansé de estar muerto! ¡Ahora es el turno de otro!”. Esta es una experiencia muy importante, porque el niño descubre que puede estar “afuera de la vida”. Por otra parte, ese descubrimiento ocurre durante una dinámica que le ofrece la seguridad propia del juego. En cualquier momento, esa simulación de la muerte puede detenerse por acuerdo mutuo, y el niño habrá aprendido algo. Recuerdo que hace algunos años, a nuestros campamentos juveniles venía un muchacho muy sensible, percibiendo tan fuertemente este juego, que no podía soportar la tensión. También yo participé del juego con él, corriendo, escondiéndonos, luchando y siendo “abatidos” juntos, para ayudarlo a pasar por esa experiencia, que para él no era un simple juego, porque era demasiado real para tratarse de una cosa de niños. Este es sólo un ejemplo.

El niño puede conocer la muerte en toda su fealdad, lo que podría o afectarle, o llevarle a reaccionar sanamente y en paz, como extraemos del siguiente ejemplo, que nos relata un hecho real. Una amorosa anciana murió después de una larga y dolorosa enfermedad. Fui llamado por aquella familia y, al llegar, vi que los niños de la casa habían sido enviados a una habitación separada. Cuando inquirí sobre los motivos de tal decisión, los padres me dijeron: “No podíamos dejar que los niños permanecieran en el mismo lugar con un muerto”. “¿Por qué?”. “Porque ellos saben lo que es la muerte”. “¿Y... qué es la muerte?”, pregunté. “Justo hace unos días encontraron, en el jardín de la casa, un pequeño conejo despedazado por el gato... así que ahora saben lo que es la muerte”. Entonces, les sugerí que, si esta era la imagen que ellos se habían formado de la muerte, estarían condenados a relacionarla, toda su vida, con algo terrofífico. Cada vez que pensaran en la muerte, cada vez que asistieran a un entierro, cada vez que pasaran frente a un féretro, pensarían que esa caja encierra algo horriblemente indescriptible. Después de una larga charla, en la cual los padres me hablaron del impacto psicológico que podrían sufrir los niños si vieran a su abuela muerta y me responsabilizaban de su estado mental, logré que me permitieran traer a los niños al salón. Su primera pregunta, al bajar las escaleras, fue: “¿Qué le pasó a la abuela?”. Les respondí: “¿Cuántas veces la oyeron decir que quería volver a juntarse con el abuelo, en el Reino de los Cielos? Pues, esto fue lo que ocurrió”. “Ahh... ¡entonces, ahora la abuela está feliz!”, dijo uno de los pequeños. “Claro que sí”, le respondí. Después entramos a la habitación donde yacía la difunta. Había una maravillosa tranquilidad en el lugar. La anciana, cuyo rostro había adquirido un sufriente gesto en los últimos años, debido a la enfermedad, parecía ahora dormir en paz, con un rostro sereno. Uno de los niños susurró: “Entonces, esto es la muerte...”. Y otro agregó: “¡Qué maravilloso!”.

He aquí dos formas de la misma experiencia. ¿Dejaremos, entonces, que nuestros hijos conciban la muerte como la representación del pequeño conejo despedazado por un gato, o les mostraremos el descanso, la serenidad y lo bello que puede llegar a representar la muerte?

(Traducido de: Mitropolitul Antonie al Surojului, Viaţa, boala, moartea, Editura Sfântul Siluan, Nera, 2010, p. 107-109)

 

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