Palabras de espiritualidad

Los niños sienten directamente el amor de Dios

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

Dejemos que nuestro hijo porte la crucecita que recibió al ser bautizado. Permitámosle que vea, que toque y que bese el ícono que tenemos sobre su camita. Dejemos que sienta el olor del incienso y los colores vivos de la iglesia.

Uno de los pasajes evangélicos más inquietantes lo constituye la validez que el Señor le atribuye a las experimentaciones pre-intelectuales de la fe religiosa. Cuando Sus discípulos, en el afán de mantener un nivel maduro de predicación, intentaban impedir que las madres acercaran sus hijos a Jesús, Él “se indignó”. Y dijo que a los que son como los niños les pertenece el Reino de los Cielos, y que quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no podrá entrar en él (Marcos 10, 13-16).

Jesús nos ilustró la relación de Dios con los niños: los tomó en brazos y los bendijo, imponiéndoles las manos. Les ofreció Su amor, no con discursos ni con parábolas, sino por medio del mismo contacto físico. Les hizo sentir (a los niños) Su cercanía con los sentidos físicos y, dirigiéndose a los adultos, les subrayó el hecho de que el modo en que los niños percibieron Su amor, la forma en que recibieron Sus bendiciones, fue algo válido y lleno de significado religioso: “Quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no podrá entrar en él”.

La vida de nuestra Iglesia nos ofrece incontables oportunidades para tal forma de percepción de los valores religiosos por medio de los sentidos. Así, dejemos que nuestro hijo porte la crucecita que recibió al ser bautizado. Permitámosle que vea, que toque y que bese el ícono que tenemos sobre su camita. Dejemos que sienta el olor del incienso y los colores vivos de la iglesia. Dejémosle recibir la Santa Comunión con sus labios y sentir su gusto. Permitámosle que sienta las gotas de agua bendita siendo rociadas sobre su rostro, escuchar los cánticos de la iglesia y hacerse la Señal de la Cruz con sus propios dedos.

(Traducido de: Sophie Koulomzin, Biserica și copiii noștri, traducere de Doina Rogoti, Editura Sophia, București, 2010, pp. 65-66)