Los pecados de los padres para con su hijo que aún no ha nacido
El comportamiento irracional de los adultos influye enormemente en el estado de las fuerzas espirituales y físicas del niño, formando sobre su corazoncito una gruesa capa de miseria moral.
Desde un punto de vista psicológico, el aborto es algo muy atroz no sólo cuando es materializado. La misma intención de interrumpir el embarazo ya es altamente peligrosa. El problema es que el producto de la concepción se halla fuertemente vinculado a su madre. Delimitándolo subjetivamente, la madre entra en una relación absolutamente especial con él, uniéndolo al mundo circundante. En el segundo mes de la vida intrauterina se forma el sistema nervioso central. Al mes y medio, el embrión reacciona al dolor y se protege cuando dirigimos un haz de luz al abdomen de la madre. A los cinco meses, el feto ya es capaz de “oír” los gritos fuertes, “asustarse”, “entristecerse” y hasta “amenazar”... Percibe, además, los estados espirituales de la madre a partir de la entonación de su voz. A los seis meses, la vida “intelectual” del pequeño tiene su inicio. Su comportamiento se modifica como respuesta a la voz de sus padres. Él mismo “vincula” sus acciones a las voces conocidas; algunas veces hasta “presiente” cuáles movimientos suyos provocarán la satisfacción de sus padres y cuáles no.
De acuerdo al archimandrita Rafael (Karelin), el simple pensamiento de la madre de abortar hace que, con el permiso de Dios, el feto se estremezca, formándosele el llamado “complejo del asesino”. La mujer que quiere abortar le transmite a su hijo, le siembra en el alma esa inclinación a la muerte. Puede que esa inclinación no provoque de forma directa ningún crimen, pero sí que se manifestará, años después, cuando el niño se comporte con crueldad y sadismo con los demás y con la naturaleza que le rodea. Cuando la madre piensa, cuando empieza a considerar interrumpir el embarazo, el niño parece “darse cuenta” de esto. La frecuencia de los latidos de su corazoncito crece, porque siente una amenaza latente. Y si finalmente le dejan nacer, es probable que el amor a sus padres se enfríe pronto en su interior.
Los impulsos hostiles inconscientes (y especialmente los que son conscientes) contra el niño concebido o ya nacido, constituyen una desviación psicológica muy grave que contraviene el instinto materno. La actitud negativa ante el niño hace que crezca la posibilidad de un parto prematuro, de o sufrir de depresión postnatal. Los psicoanalistas presuponen que el “rechazo subconsciente” al embarazo no deseado es una forma inacabada de suicidio. Algunas veces, esto lleva a crisis de vómitos incontrolables y otros síntomas de toxicosis.
En lo que respecta al pobre pequeñito, el trauma psicológico intrauterino atrae consigo su inestabilidad neuropsíquica. A partir de las observaciones del conocido sacerdote ortodoxo y especialista en neuropatología pediátrica, el doctor Anatolio Berestov, sabemos que las patologías del sistema nervioso en el feto tienen efectos muy negativos en el desarrollo psicofísico del niño. En cierta medida, esto tiende a generar el comportamiento antisocial y la dependencia de drogas.
Si entendiéramos el sufrimiento espiritual que atraviesa el niño en el vientre materno —o después de haber nacido—, ante las “escenas” e intercambios de insultos entre sus padres, y en los conflictos laborales y domésticos, trataríamos de ser mucho más cuidadosos. El comportamiento irracional de los adultos influye enormemente en el estado de las fuerzas espirituales y físicas del niño, formando sobre su corazoncito una gruesa capa de miseria moral. Sin que lo podamos ver, sobre su frágil alma dejamos que se acumule el veneno de la ira y la maldad, haciendo que en su sangre crezca drásticamente el nivel de las hormonas del estrés. El alma recibe una carga moral fuertemente negativa, y después los padres se asombran: “¡Mira qué hemos estado criando! ¡Qué injusticia! ¡Cuánto hemos sacrificado por nuestro hijo, y este, en vez de ser agradecido, es un insolente y egoísta!” Sí, el niño no deseado siente intuitivamente, a nivel subconsciente, una cierta injusticia, una cierta maldad por parte de su madre o su padre. Voluntaria o involuntariamente, él les paga con la misma moneda: con animadversión, con frialdad y rechazo. Se rodea de una barrera interior invisible.
Así pues, muchas premisas del desarrollo de la personalidad se forman en el útero materno. Las experiencias, las esperanzas, los pensamientos, las palabras y los actos de los padres se graban en lo profundo de las almas de sus hijos. Estos “copian” o “se acuerdan” de los modelos de comportamiento que se les han proveído. Esta idea tiene su expresión en aquel viejo dicho: “Cuando mastica, la mujer encinta le enseña cómo hacerlo al niño que lleva en el vientre”.
La familia constituye un organismo espiritual y biosocial unitario. El daño a uno de sus miembros afecta inexorablemente a todos los demás. Los niños son simplemente más receptivos: las más ínfimas oscilaciones en el clima psicológico y espiritual dejan en ellos una huella mucho más profunda que en los adultos.
(Traducido de: K. V. Zorin, Păcatele părinţilor şi bolile copiilor, traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2007, p. 79-81)