Palabras de espiritualidad

Los santos que nos cuidan. Su amistad nos cambia la vida para siempre

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Por causa del don de una conciencia cuya sensibilidad ha sido alimentada y perfeccionada con esta otra sensibilidad —la de Dios hecho Hombre para los hombres— de la cual ellos participan, los santos conocen los estados de espíritu más discretos de los demás.

En la persona del santo —por su disponiblidad al relacionarse, por su extrema atención para con los demás y por su diligencia en entregarse a Cristo—, la humanidad entera es sanada y renovada. ¿Cómo se manifiesta concretamente esa humanidad renovada? Él (el santo) deja entrever, ante cada ser humano, un comportamiento lleno de delicadeza, de transparencia y de pureza en los pensamientos y sentimientos. Su delicadeza se proyecta aún sobre los animales y las cosas, porque en todo ve un don del amor de Dios y, ya que no quiere herir este amor, evita tratar esos dones con indiferencia y dejadez. El santo respeta a cada hombre y a cada cosa, y si cualquier hombre o cualquier animal sufre, él le demuestra una compasión profunda.

San Isaac el Sirio, hablando sobre la compasión de los santos, dice: “¿En qué consiste tener el alma o el corazón llenos de compasión? Es como una ignición en el corazón, que sientes por cada criatura: por los hombres, las aves, los animales, los reptiles... incluso por los demonios. El sólo hecho de pensar en todos ellos o el verlos, te hace derramar verdaderos torrentes de lágrimas. La profunda e intensa compasión que domina en el corazón de los santos, les hace incapaces de soportar la más ínfima de las heridas provocadas a alguna criatura. Por eso, oran incesantemente con lágrimas hasta por los animales, por los enemigos de la verdad y por quienes les hacen el mal”.

Esta compasión revela un corazón delicado, extremadamente sensible, ajeno a toda aspereza, indiferencia y brutalidad. Ella nos demuestra que el endurecimiento es fruto del pecado y de las pasiones. En el comportamiento del santo y hasta en sus pensamientos, no encontramos ninguna vulgaridad, ninguna bajeza, ninguna mezquindad. Ninguna huella de afectación, ni falta de sinceridad. En él, todo es delicadeza, sensibilidad y transparencia, asociadas a la pureza, a la afabilidad, a la disponibilidad, por las cuales él participa con todo su ser de los problemas y aflicciones de todos. En todas estas cualidades se manifiesta una realización excepcional de lo humano. (...) Esta delicadeza no soslaya el contacto con los hombres más humildes y no se asusta de las situaciones que otros podrían considerar degradantes.

Por causa del don de una conciencia cuya sensibilidad ha sido alimentada y perfeccionada con esta otra sensibilidad —la de Dios hecho Hombre para los hombres— de la cual ellos participan, los santos conocen los estados de espíritu más discretos de los demás, y evitan todo lo que pudiera contrariarlos, sin omitir ayudarlos a triunfar sobre sus debilidades y a vencer las dificultades. Por eso, un santo es buscado como un confidente de los secretos más íntimos: él es capaz de leer en los demás una necesidad apenas esbozada, dando todo lo bueno que hay en su interior. Entonces, el santo se apresura en cumplir con esa petición, entregándose totalmente. Pero también lee en los demás sus impurezas, aunque las escondan con habilidad. Su compasión se vuelve, entonces, purificadora, por la delicada fuerza de su propia pureza y por el sufrimiento que le provocan las malas intenciones de los otros o sus deseos perversos, y ese sufrimiento permanece en él.

En cada una de estas situaciones, él sabe qué debe hacer y cuándo hacerlo; sabe, además, cuándo callar y cuándo entrar en acción. Este sutil discernimiento de los santos, nueva manifestación de su nobleza, puede ser considerado una clase de “diplomacia pastoral”.

De la persona del santo rebosa siempre un espíritu de generosidad, de autosacrificio, de atención y de participación, sin preocuparse en lo más mínimo por sí mismo. (El santo genera) un calor que inunda a los demás y que les da el sentimiento de que han obtenido nuevas fuerzas, llenándolos del gozo de ya no estar solos. El santo es el cordero sin culpa, siempre listo para sacrificarse con tal de asumir los dolores de los demás, pero también un sólido muro en el cual todos se pueden apoyar.

Los santos han alcanzado la simplicidad más pura, porque han dejado atrás en sí mismos cualquier dualidad, cualquier duplicidad, dice San Máximo el Confesor. Han superado la lucha entre cuerpo y alma, entre las buenas intenciones y las acciones que las ponen en práctica, entre las apariencias engañosas y los pensamientos ocultos, entre lo que pretendemos ser y lo que somos en realidad. Ellos “se han simplificado”, porque se han entregado totalmente a Dios. Esta es la razón por la cual se pueden entregar íntegramente también a quienes entran en relación con ellos. Si algunas veces evitan nombrar, con “brutalidad” y tal como son, las debilidades de los demás, lo hacen para no desanimarlos y para que también en ellos crezca el rubor, la delicadeza, el agradecimiento, la sencillez y la sinceridad. Los santos siempre son dadores de coraje.

Gracias a su humildad, el santo pasa casi desapercibido, pero siempre se hace presente cuando se necesita auxilio, consuelo y aliento. El santo siempre se queda al lado de aquel que ha sido abandonado por todos. Para él, ningún obstáculo es insalvable y ningún impedimento imposible de vencer, cuando se trata de librar a alguien de una situación desesperada.

Para cada uno, él se convierte en un ser cercano, aquel que te entiende mejor, aquel que te hace sentir en paz a su lado y, al mismo tiempo, te hace sentir apenado, al darte a conocer tus propias insuficiencias morales y pecados, esos que siempre evitas mirar. El santo te desborda con la simple grandeza de su pureza y con el calor de su bondad y atención; él nos provoca la vergüenza de tener un nivel moral tan bajo, de haber desfigurado nuestra humanidad, de ser impuros, artificiales, llenos de falsedad y mezquindad.

El santo porta consigo a Cristo, con la fuerza invicta de Su amor por la salvación de los hombres. El santo representa a la naturaleza humana, limpia de la suciedad de lo sub-humano o lo inhumano. Es la rectificación de lo humano desfigurado por lo institivo; él representa la naturaleza humana, cuya transparencia restaurada deja entrever el modelo de bondad sin límites, de poder y sensibilidad sin límites que es Dios encarnado. Él es la imagen restablecida del Absoluto vivo y personal hecho hombre, la de un risco de una altura impresionante, pero también la de una cercanía extremadamente familiar, por medio de la perfecta humanidad de Dios. Es la persona dedicada a un diálogo plenamente abierto y constante con Dios y los demás. Es el reflejo máximo de la humanidad de Cristo.

(Traducido de: Pr. Prof. Dumitru Stăniloae, Rugăciunea lui Iisus și experiența Duhului Sfânt, Editura Deisis)