Los votos del monje y la monja: un juramento para toda la vida
Los votos de pobreza, castidad y obediencia son un juramento que se hace ante el Santo Altar...
Las preguntas de quien celebra la “Regla y oficio del grande y angélico hábito”, y las respuestas del futuro monje o futura monja, son, para los asistentes a semejante evento, motivo de profunda meditación. Las reproduciremos aquí, tal como aparecen en el Eucologio:
¿Para qué has venido, hermano (o hermana), cayendo ante el Santo Altar y esta santa congregación?
—Buscando la vida ascética, venerable padre.
¿Quieres hacerte digno del ángelico hábito y ser contado entre los monjes?
—Sí, con la ayuda de Dios, venerable padre.
Has elegido algo bueno y bienaventurado, si sabes consumarlo. Porque lo bueno se obtiene con el esfuerzo y con el dolor se realiza.
¿Has venido voluntaria e intencionadamente ante el Señor?
—Sí, con la ayuda de Dios, venerable padre.
¿No por necesidad o a la fuerza?
—No, venerable padre.
¿Permanecerás en el monasterio y en la soledad hasta tu último aliento?
—Sí, con la ayuda de Dios, venerable padre.
¿Te guardarás en la castidad, en la entera sabiduría y en la devoción?
—Sí, con la ayuda de Dios, venerable padre.
¿Guardarás la obediencia a tu superior y a tus hermanos en Cristo, hasta la muerte?
—Sí, con la ayuda de Dios, venerable padre.
¿Serás paciente en todos los disgustos y estrecheces de la vida monacal, por el Reino de los Cielos?
—Sí, con la ayuda de Dios, venerable padre.
Luego el hieromonje dice::
“No olvides, hijo (o hija), qué clase de promesa le estás haciendo a Cristo el Soberano. Porque los santos ángeles están presentes de forma que no se ve, escribiendo tu testimonio, del que se te pedirán cuentas en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo”.
Los cuatro clavos que sostienen al monje en la perseverancia
Con sus votos monacales, el monje se hace a sí mismo, para toda su vida, un don para Dios. Comienza, así, la lucha consigo mismo, con sus pasines y con las fuerzas etéreas de la oscuridad, lucha que no terminará sino con su último aliento.
“Permaneced pacientes en esta crucifixión de sí mismos”, es aconseja San Teófano el Recluso a los monjes. Por nada en el mundo el monje debe permitir que el llamado interior que le llevó a elegir ese camino salga de su corazón. La cruz a la que se alza le conducirá a la perfección y así se presentará en el Reino de Dios. Y he aquí los cuatro clavos que sostienen al monje en la perseverancia: la inagotable sed de salvación, el alejamiento de todas las cosas terrenales del interior del monasterio, la renuncia a la propia voluntad y la muerte para todas las cosas del mundo, que va unida al anhelo de vivir solamente para Dios. “Atravesad las manos y los pies de vuestros corazones con estos clavos, y seréis crucificados y capaces de repetir con el Apóstol que no solamente el mundo os ha crucificado, sino que también vosotros os habéis crucificado para el mundo”, dice San Teófano el Recluso.