Palabras de espiritualidad

Madre de Dios

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

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La santidad de la Madre del Señor representa la consecuencia necesaria de su divina maternidad.

El título de Madre de Dios, “Theotokos”, ha permanecido como el calificativo privilegiado de la Virgen María en todo el mundo ortodoxo. Los ortodoxos jamás la llaman simplemente “María” o la “Virgen Santa”; en la Ortodoxia, la oración equivalente al “Ave María”, es la siguiente:

“¡Oh, Madre de Dios, Virgen, alégrate, tú que estás llena de Gracia, María, porque el Señor está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, porque tú diste a luz al Salvador de nuestras almas”.

El calificativo de “Santísima”, “Panaghia”, es también muy utilizado. Y es que esta santidad de la Madre del Señor representa la consecuencia necesaria de su divina maternidad, y la ubica en un orden superior y especial, más allá de los Querubines y Serafines, y de todos los ángeles y santos. Los textos litúrgicos utilizan, igualmente, la fórmula “Señora nuestra” (...). Otra multitud de términos son utilizados en los oficios litúrgicos, para referirse o invocar a la Madre del Señor.

La Virgen María es verdaderamente la Madre de Dios, porque una madre no alumbra solamente a la carne física de su hijo, sino también a la persona (entera) de éste; la Madre del Señor dio a luz a la Palabra de Dios, la segunda Persona de la Trinidad, encarnada. Esta carne física, esta naturaleza humana no es simplemente la de un ser humano, sino la naturaleza humana de la Persona del Logos, y Éste es verdaderamente el Hijo de la Virgen María, tal como, desde siempre, es Hijo del Padre, en el seno de la Santísima Trinidad.

A partir de este vínculo profundo entre el Misterio de la Encarnación y el de la Natividad, extraemos que, en el mundo ortodoxo, la Madre del Señor no es objeto de alguna “devoción particular”, es decir, honrándosele solamente a ella, sin referencia explícita a Su divino Hijo.

Por eso, con muy pocas excepciones, en los íconos la Virgen nunca es representada sin Él.

(Traducida de: Părintele Placide Deseille, Credința în Cel nevăzut, Editura Doxologia, 2013, p. 162)

 

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