El Señor no dijo que fueran treinta peldaños, así como afirma San Juan Climaco. Cristo dijo “Ámense” (Juan 13, 34); habla en forma superlativa y termina. Pero nosotros, con nuestras propias impotencias y en malentendido con un adversario falto de educación, de entre dos males, elegimos el más pequeño. Antes que odiarlo, mejor me siento en el primer peldaño y, así, no lo odio. Y me aferro con las manos al peldaño siguiente

Si te aferras con las manos al peldaño superior, significa que es posible llegar a éste, porque ya lo alcanzaste con tus manos. Es un mandamiento. No tenemos permiso para comentar, sino que debemos, a toda costa, establecer relaciones de al menos un “Buenos días”, y no odiar a nadie.

En vano nos esforzamos, inútilmente cumplimos con cualesquiera otros mandamientos cristianos, si no nos relacionamos de buena manera con los otros. Ustedes, hermanos, deben saber que nuestro corazón debe permanecer siempre libre para Cristo. Porque hay un adversario encaramado en algún lugar de nuestro corazón, esperando alejarlo de Él. Es decir que Cristo no quiere estar junto a ese adversario. Porque no hay relación entre bien y mal.

El Señor dice: “¡Dame toda tu vida, todo tu ser!”. El maligno te dice “¡A mí dame tan sólo un dedo!”. Porque aún por medio de algo tan pequeño, él puede dominarte totalmente. Ya lo tienes a tu lado. Cristo deja de estar a tu lado, si le das al maligno tan sólo la uña de un dedo. No debe reconocérsele.

(Traducido de: Arhimandrit Arsenie Papacioc, Despre armonia căsniciei, Editura Elena, Constanța, 2013, pp. 15-16)