Más acción y menos palabras
Ese estado de ser capaces de sentir a Dios lo alcanza solamente aquel que hace Su santa voluntad.
Si no puedes hacer un bien, no es pecado. Pero si puedes hacerlo, pero aun así no lo haces, entonces sí es pecado. Hay personas que no tienen hijos, o no quisieron tenerlos, o Dios no se los dio. Los que no quisieron tenerlos, cuando alcanzan la vejez, lloran amargamente y desearían haber procreado, pero ya es demasiado tarde. Cuando la Gracia se acerca al corazón del hombre, todo parece más sencillo, más simple; pero, cuando la Gracia se aleja, todo parece cuesta arriba, difícil, complicado. Entonces el hombre sufre, clama y llora, a semejanza de un niño que ha sido abandonado por su madre. A veces me pregunto: ¿acaso mi sufrimiento, como el de mi semejante, no es otra cosa que un aval para la vida eterna? Y es que el sufrimiento nos hace humildes y nos enseña a clamar por la ayuda de Dios.
Cuando nos hallemos ante alguna encrucijada en nuestra vida, hagamos dos cosas: oremos y preguntemos. ¡Yo mismo me extravío más fácilmente en la ciudad que en lo profundo del bosque! Debemos llegar a pensar todo el tiempo en Dios y sentir Su presencia. Una cosa es hablar de Dios, y otra sentir que Él está aquí. Una cosa es la palabra, y otra la acción. Bien, ese estado de ser capaces de sentir a Dios lo alcanza solamente aquel que hace Su santa voluntad. Porque dice el Señor: “No todo aquel que diga: ‘¡Señor, Señor!’ entrará en el Reino de Dios”. En consecuencia, hagamos más y hablemos menos.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Părintele Paisie Duhovnicul, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1993, p. 72)