“Me confío totalmente a Dios”
En el momento en que el hombre se entrega totalmente a Dios, de hecho está entregando sólo una décima parte de sí mismo.
Cuando comienzas, te confías plenamente a Dios. Sientes la necesidad de hacer esto todos los días. Y no se trata de un juego, desde luego. Debido al pecado, la caída y la malicia que entró en el hombre, para triunfar poder éste esconde lo que hay en su alma. Si dividimos el alma del hombre en diez niveles, los seis de abajo son el inconsciente, los siguientes tres el subconsciente, y la parte de hasta arriba lo consciente. Eso que conoce el hombre, lo que es capaz de concientizar, representa, entonces, una décima parte.
Así, cuando alguien dice: “Me abandono completamente en las manos de Dios”, por buenas que sean sus intenciones, lo único que puede entregar ese diez por ciento que conoce. El resto no lo controla, por eso no puede entregarlo. Los estados subconscientes e inconscientes tienen autonomía, tienen su propia zona, hacen lo que quieren.
Luego, en el momento en que el hombre se entrega totalmente a Dios, de hecho está entregando sólo una décima parte de sí mismo. La otra parte ni siquiera la conoce ni la puede controlar, mucho menos darle órdenes.
Por eso, cuando alguien quiere entregarse completamente a Dios, siente como una cola que sigue atada a algún sitio y que le impide hacerlo. Pero no sabe lo que es y por eso se perturba. Sin embargo, cuando le damos a Dios esa décima parte de nosotros, inevitablemente —y hasta el día siguiente o desde el instante siguiente—, otro trozo del resto que estaba escondido en el subconsciente y en el inconsciente se volverá consciente.
(Traducido de: Arhim. Simeon Kraiopoulos, Sufletul meu, temnița mea, Editura Bizantină, p. 36-37)