Palabras de espiritualidad

Mi consuelo, mi alegría

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

“La Madre del Señor es mi Soberana, mi esperanza (nos llenamos de una esperanza más profunda cuando sabemos que también ella ora por nosotros), mi protección (es decir, mi defensora), mi consuelo y mi alegría.

El padre (Dumitru) Stăniloae le preguntó una vez a un estudiante. “¿Qué sientes cuando oras a la Madre del Señor?”. No sé lo que respondió el estudiante, pero sí sé lo que tendría que haber respondido.

Cada vez que, después de comulgar, hacemos nuestras oraciones de agradecimiento, al llegar a la quinta, que está dirigida a la Madre del Señor, decimos: “Santísima Soberana mía, Madre de Dios, tú que eres la luz de mi oscurecida alma, esperanza, protección, amparo, consuelo y alegría mía…”, y después agregamos lo que tengamos que decirle.

Luego, ¿qué le decimos a la Madre del Señor? ¿Qué palabras tenemos para ella? “Santísima Soberana mía, Madre de Dios, tú que eres la luz de mi oscurecida alma, esperanza, protección, amparo, consuelo y alegría mía. Así, cada uno de nosotros tendría que decir: “La Madre del Señor es mi Soberana, mi esperanza (nos llenamos de una esperanza más profunda cuando sabemos que también ella ora por nosotros), mi protección (es decir, mi defensora), mi consuelo y mi alegría. Esta es nuestra ventaja, la de los cristianos ortodoxos, a diferencia de aquellos que deshonran a la Madre del Señor, aunque realmente no haya quien la deshonre. Debemos hacer una diferencia entre los que deshonran, los que difaman y los que no honran. ¡Pero también hay tantos indiferentes ante la Madre del Señor!

Nosotros tenemos algunas ventajas sobre ellos, a saber: no podemos concebir ser fieles a nuestro Señor Jesucristo y, al mismo tiempo, mostrarnos indiferentes ante Su Santísima Madre. ¡Algo así sería imposible! Al menos en nuestra Iglesia, que es la Iglesia que exalta a la Madre del Señor.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Daruri din darurile primite, Editura Andreiana, 2009, p. 214)