¡Hija mía, ve a la Iglesia!
¡Hija mia, asiste a la Iglesia el domingo! Nosotros, aquí arriba, estamos a los pies del Todopoderoso y nos alegramos cuando alguien de los nuestros va a la Iglesia y glorifica a Dios. Por eso, ve, hija mía, temprano en la mañana, para que puedas escuchar las oraciones de los Maitines, y no cuando la campana suene ya por tercera vez.
En una de las aldeas más grandes de Aitoloakarnania (Grecia) sucedió lo que voy a relatarles. La anciana madre de una muchacha, mujer piadosa y buena, murió un día, partiendo hacia el eterno Reino de Dios. Aquella anciana era, ciertamente, una cristiana genuina en todas las manifestaciones de su vida. Cada domingo, muy temprano, se dirigía hacia la Iglesia y allí, su alma, pura y llena de amor por Dios, se encontraba con el Señor y se comunicaba con Él. Sólo cuando alguna enfermedad se lo impedía, no cumplía con su fiel cita de cada semana. Además, comulgaba frecuentemente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que le daban vida y fuerzas.
También su hija era una buena muchacha, pero luego de la muerte de su madre, se dejó llevar por la indiferencia, asistiendo a la Iglesia raras veces, y cuando lo hacía, llegando siempre tarde.
Para tranquilizar los remordimientos que eso le provocaba, se excusaba diciendo que tenía muchas tareas que cumplir, que tenía que cuidar a los animales, que casi no le quedaba tiempo de nada... Las justificaciones de costumbre. Porque cuando el hombre verdaderamente quiere hacer algo, encuentra siempre la manera de llevarlo a cabo.
Con todo esto, su alma comenzó a enfriarse. Así como pasa con un trozo de carbón, cuando lo sacas del fuego, que se apaga y se enfría.
No obstante, una noche, gracias a la intervención divina, sucedió algo especial. A aquella muchacha se le apareció su mamá, en sueños, rodeada de una bella luz, y le dijo::
—¡Hija mia, asiste a la Iglesia el domingo! Nosotros, aquí arriba, estamos a los pies del Todopoderoso y nos alegramos cuando alguien de los nuestros va a la Iglesia y glorifica a Dios. Por eso, ve, hija mía, temprano en la mañana, para que puedas escuchar las oraciones de los Maitines, y no cuando la campana suene ya por tercera vez.
Este sueño divino estremeció a la joven. Desde entonces, cada domingo asiste con devoción a la Iglesia, lo más temprano posible. Desde entonces, confía en recibir esa bendición del Todopoderoso, así como la de su mamá.
Traducido del texto publicado originalmente en: marturieathonita.ro/fiica-mea-sa-mergi-la-biserica