Mientras más excelsos son los estados espirituales, más difícil es describirlos
Desprendiéndonos totalmente de las cosas del mundo, empieza la purificación del corazón, disipándose el animal humano, para convertirnos en hombres y comenzar a ver a Dios, como dice el salmo: “Todo el tiempo veía al Señor ante mí” (Salmos 15, 8).
Aquellos que, por la misericordia de Dios, anhelan las cosas de lo alto, dejan de buscar las del mundo. Algo que empezó con el escalón de la mansedumbre, ahora llega a la perfección. ¿Y qué ocurre? Que el corazón se limpia de todas sus pasiones, de todo lo que se ha desfigurado en su interior. Porque una pasión no es sino una deformación, y quienes tengan la tendencia a pensar o a meditar “filosóficamente”, deben leer más detenidamente los textos de la Iglesia, para así entender que una pasión no es otra cosa que el fracaso de un empeño, la materialización de lo que es per se un estado espiritual. Y ahora el hombre se llena de las cosas espirituales, busca lo que viene de lo alto y alcanza el nivel al que se refiere al Señor cuando dice: “Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios”.
Así, desprendiéndonos totalmente de las cosas del mundo, empieza la purificación del corazón, disipándose el animal humano, para convertirnos en hombres y comenzar a ver a Dios, como dice el salmo: “Todo el tiempo veía al Señor ante mí” (Salmos 15, 8). ¿En qué consiste esa visión? Lo desconozco... Pero, es, en cualquier caso, un estado real. Y esta visión de Dios te llena de cosas que ni siquiera podría tratar de describir, porque no puedo y porque tampoco pueden ser descritas. Como decía, mientras más excelsas son las cosas, más difíciles son de describir con nuestro simple lenguaje humano.
(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, pp. 85-86)