No analizamos el acontecimiento de la Resurrección, sino que simplemente lo vivimos
Desde hace dos mil años, esta certidumbre, o mejor dicho, esta experiencia es lo que nos atrae, como un imán, durante la Semana Santa, a la iglesia, como en la noche de la Resurrección, cuando, reunidos frente a la iglesia, recibimos la luz de la Resurrección y el saludo (o reto): “¡Cristo ha resucitado!”.
Toda la himnografía de esta celebración está en tiempo presente y en primera persona: “Madruguemos con el alba, y en vez de óleo, ofrezcamos al Señor cantos de alabanzas; y contemplemos a Cristo, el Sol de Justicia, otorgando la vida a todos”.
Y nadie siente la necesidad de cuestionarse nada. En otro contexto, puede que alguien pusiera alguuna pregunta sobre cómo pudo ocurrir todo esto... ¡pero no en la noche de la Resurrección! No analizamos el suceso de la Resurrección. No podemos entenderlo, mucho menos describirlo. ¡Simplemente lo vivimos, cada uno de acuerdo a sus posibilidades! Ni los mismos Evangelios describen cómo fue que ocurrió la Resurrección. Simplemente nos dan testimonios sobre el hecho de la Resurrección: el sepulcro vacío, la presencia de los ángeles, la aparición de Cristo ante las miróforas, los Apóstoles y otros testigos.
No es posible acceder a la Resurrección —y tampoco al “mundo” de Dios— utilizando los recursos de la comprensión racional, sino los de la comprensión espiritual o los de la receptibilidad más lúcida. Se trata de cosas que pueden entenderse mejor con nuestra sensibilidad, más que con nuestra mente. Por eso es que nos exhortamos, junto al himnógrafo: “Purifiquemos nuestros sentimientos y veamos a Cristo brillando con la inefable luz de la Resurrección. Y, cantándole cánticos de victoria, luminoso escuchémosle decir: ¡Alégrense!”. Quienes se acercan a la iglesia se contentan con esta recepción silenciosa a nivel de experiencia, por precaria que esta pudiera parecer. Todo se resume al hecho, imposible de explicar y entender con la mente, del encuentro del hombre con Dios. Nos encontramos con Cristo Resucitado, de cierta forma. No podemos decir que lo vemos, porque no se puede ver. Ni podemos decir que lo tocamos, porque no se puede tocar. Tampoco podemos medir, de manera alguna, Su presencia. Y, sin embargo, desde hace dos mil años, esta certidumbre, o mejor dicho, esta experiencia es lo que nos atrae, como un imán, durante la Semana Santa, a la iglesia, como en la noche de la Resurrección, cuando, reunidos frente a la iglesia, recibimos la luz de la Resurrección y el saludo (o reto): “¡Cristo ha resucitado!”.
(Traducido de: Pr. prof. dr. Constantin Coman, Dreptatea lui Dumnezeu și dreptatea oamenilor, Editura Bizantină, pp. 90-91)