No dejes que termine el día sin haber orado, para no quedarte sin amparo frente a las tentaciones
No dejemos nuestra mente sin trabajo; ocupémosla sea con oración, sea con contemplación. De lo contrario, el enemigo pondrá todo su empeño en rearmar sus posiciones de asalto, para destruir nuestra atención. Repitamos la oración “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”, porque ella santifica nuestra boca, nuestro espíritu y el lugar en donde estemos.
Debemos permanecer atentos y en oración. La perspicacia ayuda la oración, y viceversa. La atención nos trae oración y la oración, atención. La oración debe ser pronunciada sin cesar, sea con la mente, sea con la boca. Interrumpir la oración o dejar de hacerla por indiferencia, nos hace semejantes a uno que camina con el arma al hombro, mientras su adversario se le acerca para matarle. (...)
Leyendo o pronunciando oraciones en voz alta, golpeas al enemigo en la cabeza, en las piernas, en las manos. Pero con la oración mental lo golpeas en el corazón y por eso reacciona con fuerza. Esta es la razón por la cual la oración debe ser un ejercicio continuo, de día y de noche, con los labios, con la mente, con el corazón. No dejes que tu mente permanezca sin trabajo; ocúpala sea con oración, sea con contemplación. De lo contrario, el enemigo pondrá todo su empeño en rearmar sus posiciones de asalto, para destruir tu atención. Repite la oración “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”, porque ella santifica tu boca, tu espíritu y el lugar en donde estás.
Debido a que descuidamos nuestra mente, nuestras peticiones no son atendidas. ¡Esta es la razón por la cual muchos buscamos que se nos cumplan, hablando mucho, bromeando o con meras manifestaciones exteriores!
(Traducido de: Avva Efrem Filotheitul, Sfaturi duhovniceşti, traducere de Părintele Victor Manolache, Editura Egumeniţa, Alexandria, 2012, pp. 41-42)