¡No desperdicies tu vida! Ella te fue dada para el perfeccionamiento de tu alma, para la eternidad. El creyente no vive para este mundo. Y es que el mundo no puede reconciliarse con el Cielo. La vida terrenal es solamente una escala y quien da todo por ella se condena a la infelicidad. La vida pasa y aquel que le pone un gran precio, no se queda con nada del polvo y la tierra.

¡Entiende, pues, su propósito! ¡Sé inteligente! En vano buscas hacer luz allí donde no podría mantenerse encendida. ¿No es inútil tratar de encender un cirio, sabiendo que el viento nos lo apagará una y otra vez? Así, aleja todo egoísmo y avaricia de tu interior, antes de que te maten el alma. Que todo tu esfuerzo se encamine a llenarte de Luz y Verdad. Cree en la resurrección, misma que nos pondrá nuevamente los unos frente a los otros, con la alegría de las almas que se reencuentran en los Cielos, bajo el sol eterno de Cristo.

(Traducido de: Lacrimă și har, Editura Bonifaciu, Bacău, 2010, p. 178)