No es posible amar a Dios sin amar a nuestro prójimo
El hombre tendría que poner su vida entera al servicio de su prójimo y ofrecerle todo lo que recibe del Dador, Dios.
La semilla de toda perversión moral es el amor a uno mismo. Es algo que subyace en el fondo del corazón. Por su propio propósito de vida, el hombre tendría que olvidarse de sí mismo y, en su actuar cotidiano, tendría que vivir solamente para Dios y para sus semejantes. Santificando sus actividades al elevar su vida como oblación de gratitud ante Dios, el hombre tendría que poner su vida entera al servicio de su prójimo y ofrecerle todo lo que recibe del Dador, Dios. En esto no existe una cosa sin la otra: no puedes amar a Dios sin amar a tu semejante, y no puedes amar a tu semejante sin amar a Dios. Del mismo modo, amando a Dios y a tu semejante, no es posible ofrendarte a ti mismo para gloria de Dios y por el bien de tu prójimo. Pero, cuando el hombre se aparta de Dios con su mente, su corazón y sus anhelos, y, en consecuencia, le vuelve la espalda a sus semejantes, se detiene y se pone como punto central, como un núcleo al que dirige todo, sin importarle más las leyes de Dios y el bien de sus hermanos.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Învățături și scrisori despre viața creștină, Editura Sophia, București 2006, p. 86)