¡No escondamos los milagros de Dios, más bien hablémosle de ellos a todo el mundo!
No seamos lerdos al hablar de los milagros del Señor, sino que avancemos a Su encuentro sin escatimar esfuerzos, caminando con paso firme. Ofrezcámosle este afán a Jesucristo, con nuestra esperanza puesta en los Cielos.
Ten siempre presente de dónde obtiene su sabiduría el pueblo. Porque él (el pueblo), viendo a Lázaro resucitar, no escondió ese milagro, sino que se lo mostró a todos, dando testimonio y predicando la verdad. Y, otra vez, escuchando ese testimonio, el pueblo no se quedó en casa por pereza, sino que en ese mismo instante corrió al encuentro de Cristo, no sólo para ver a Lázaro, sino también para abrazar al mismo Jesús, para alabarlo con el corazón puro y honrarlo como Benefactor de todos.
Así, amados, hagamos nosotros también lo mismo: no escondamos los milagros de Dios, ¡más bien anunciémoslos a todo el mundo! No seamos lerdos al hablar de los milagros del Señor, sino que avancemos a Su encuentro sin escatimar esfuerzos, caminando con paso firme. Ofrezcámosle este afán a Jesucristo, con nuestra esperanza puesta en los Cielos.
Dirijamos nuestra mente entera hacia allí. Nuestra ciudad está en los Cielos (Filipenses 3, 20). Y, otra vez, “¡Dirijan su mente a las cosas del Cielo!” (Colosenses 3, 2). ¿Qué se nos ordena con esto? Pablo, gran predicador de la Verdad, exclamó: “Sometámonos a él y nada de este mundo nos obstaculizará, sino que iremos todos al Cielo”.
(Traducido de: Sfântul Iov de la Poceaev, Viața. Cuvinte de învățătură. Acatistul, Editura Cartea Ortodoxă & Sophia, București, 2008, p. 27)