¡No esperes a que te condene el maligno!
¿Pecaste? No te pido más que esto: entra en la iglesia y dile a Dios, con el corazón lleno de arrepentimiento: “¡He pecado!”. Porque está escrito: “Házmelo recordar y vayamos a juicio juntos, haz tú mismo el recuento para justificarte” (Isaías 43, 26).
¿Eres un pecador? ¡No pierdas la esperanza! Entra en la iglesia y arrepiéntete. ¿Pecaste? Dile a Dios: “¡He pecado!”. ¿Tan difícil es confesar tu pecado? Pero, si no te condenas tú mismo, será el demonio quien te condene. Apresúrate y arrebátale ese menester; porque, en verdad, su trabajo consiste en condenar. Apresúrate y borra tu pecado, porque el maligno, que no sabe callar, podría condenarte.
¿Pecaste? No te pido más que esto: entra en la iglesia y dile a Dios, con el corazón lleno de arrepentimiento: “¡He pecado!”. Porque está escrito: “Házmelo recordar y vayamos a juicio juntos, haz tú mismo el recuento para justificarte” (Isaías 43, 26). Confiesa tu pecado para que seas perdonado. No hace falta que hagas ningún esfuerzo, ni que hables mucho, ni que gastes nada. Basta con un par de palabras… “¡He pecado!”.
Talvez me preguntes: “¿Y cómo puedo saber si, confesando mi pecado, efectivamente este queda borrado?”. Y yo te responderé: en la Escritura encontrarás tanto al que, habiendo confesado su falta, esta le fue borrada, como a aquel otro que no la confesó y fue condenado.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele Vieții, traducere de Cristian Spătărelu și Daniela Filioreanu, Editura Egumenița, p. 72)