No fuimos creados sólo para comer y beber bien
Fuimos creados para hacer el bien y así poder alcanzar, desde esta vida pasajera, la vida eterna y felíz. Esto es algo a lo que todos hemos sido llamados por la gracia de Dios.
En este punto debemos pensar tanto sobre los actos buenos y los actos malos, así como sobre las consecuencias de unos y otros. Sabemos, por medio de las Sagradas Escrituras, que no fuimos creados sólo para comer bien, para vivir en placeres y beber, aturdiéndonos hasta la locura. Fuimos creados para hacer el bien y así poder alcanzar, desde esta vida pasajera, la vida eterna y feliz. Esto es algo a lo que todos hemos sido llamados por la gracia de Dios. Así, nuestra vida en este mundo es un tiempo para el perseverante trabajo en el cuerpo y en el alma, porque la vida que sigue no es más que la recompensa por nuestros actos. Dicho esto, debemos saber con certeza cuáles hechos son los que pueden llevarnos a la felicidad eterna y cuáles nos podrían conducir al sufrimiento, para aferrarnos a unos y cuidarnos de los otros. El hombre es una amalgama —hecho de cuerpo y alma— y sus hechos son, de igual forma, ambiguos. Uno se llama hombre “exterior” y el otro, “interior”.
Estos dos, unidos en una sola persona, son tan distintos, como el cielo y la tierra, y tan contrarios el uno del otro, que sin la luz de la gracia de Cristo, es imposible llegar a conocerte a tí mismo y conducirte sin ningún peligro. El hombre exterior, que no es más que el cuerpo corruptible, hecho por Dios para que sirva al alma, reclama sus derechos, pero el hombre interior —el alma inmortal—, creado a imagen y semejanza de Dios por la buena obra, pide también lo que le es natural y sus propios derechos.
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol.1, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 141)