No hace falta esforzarse mucho para sentir la presencia de Dios
“No importa si eres un espejo, o la tapa de una lata de conservas... ¡nunca podrás brillar, si los rayos del sol no caen sobre ti! ¡Los santos brillaron con los rayos de la Gracia de Dios, tal como hay astros que brillan con la luz que reciben el sol!”.
Padre, la falta de fe es algo muy común en nuestros tiempos...
—Sí, pero a menudo hasta aquellos que dicen que no creen en Dios guardan en su interior una pizca de fe. En cierta ocasión, vino un joven y me dijo: “¡No creo en la existencia de Dios!”. Le pedí que se acercara, y le dije: “¿Oyes el dulce canto de esa golondrina allá afuera? ¿Quién le dio ese carisma?”. El pobre chico se quedó sin palabras, conmovido. La petrificación de su alma empezó a disolverse en ese mismo instante.
En otra ocasión, vinieron a buscarme dos hombres de mediana edad. Ambos reconocieron que llevaban una vida llena de frivolidad. Y, tal como nosotros, los monjes, decimos. “Ya que esta vida es vacía, renunciamos a todo”, mis visitantes parecían afirmar justamente lo contrario: “No hay otra vida despues de esta”. Por eso, de muy jóvenes, renunciaron a seguir estudiando y se entregaron a una vida de lo más libertina. Y llegaron al punto de convertirse en una suerte de “andrajos”, tanto espiritual como físicamente. El padre del primero de ellos había muerto por la tristeza que le causaba tener un hijo así. El segundo había malgastado la herencia de su madre, llevándola a enfermarse gravemente del corazón. Partiendo de tales antecedentes, nuestra conversación se hizo larga y tendida. Al terminar, ambos empezaron a ver las cosas de una forma distinta. “Somos unos miserables”, reconocieron. Al que tenía su madre enferma le di un ícono. Al otro quise darle también uno de mis íconos, pero lo rechazó. “Mejor deme un trocito de madera, de esos que veo que estaba cepillando”, me dijo. “No creo en Dios. Yo sólo creo en los santos”, agregó. Le respondí: “No importa si eres un espejo, o la tapa de una lata de conservas... ¡nunca podrás brillar, si los rayos del sol no caen sobre ti! ¡Los santos brillaron con los rayos de la Gracia de Dios, tal como hay astros que brillan con la luz que reciben el sol!”.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 305-306)