No ofendamos a nuestro hermano, más bien consolémoslo
Cuando menospreciamos a alguien o le ofendemos, parece que nos pusiéramos una piedra en el corazón.
Debemos comportarnos amigablemente con nuestro prójimo, esforzándonos en no entristecerlo tan siquiera con la mirada. Cuando menospreciamos a alguien o le ofendemos, parece que nos pusiéramos una piedra en el corazón. Entonces, debemos esforzarnos en consolar el espíritu de quien ha sido ofendido o entristecido, utilizando sólo buenas palabras, brotadas desde el amor. No olvides tapar al hermano que ha errado, como nos enseña San Isaac el Sirio: “Extiende tu túnica sobre aquel que ha errado y cúbrelo” (porque también Dios tapa tus pecados, en la misma medida en que eres capaz de ocultar tus propias virtudes y las faltas de tu semejante, dice la Filocalia).
Todos necesitamos la misericordia de Dios, como canta la Iglesia: “Porque si el Señor no hubiera estado con nosotros, ¿quién podría librarse del enemigo y el asesino?”.
(Traducido de: Arhimandrit Dosoftei Morariu, Sfântul Serafim de Sarov, 2002, p. 384)