¡No olvidemos que el fundamento de todo es el amor!
“Señor, si yo no puedo decirle esto al oído (a él o a ella), díselo Tú a su corazón, transfórmalo, endúlzale ese corazón, porque no queremos infringir Tu mandamiento con nuestras discusiones o separándonos”.
¿Qué consejo puede dar a los casados? Además, ¿es aceptable el divorcio?
—Creo que sería una cierta osadía que yo hablara del matrimonio, pero, concediéndome a mí mismo algunas circunstancias atenuantes, no evitaré el tema, porque considero que en el monacato y en el matrimonio vivimos la misma naturaleza humana, la misma esencia humana. Es evidente que también en el matrimonio hay que pensar en la salvación del hombre. Y no solamente pensar en ella, sino también vivirla en la oración. Tenemos que apelar a la oración, pidiéndole al Señor: “Señor, si yo no puedo decirle esto al oído (a él o a ella), díselo Tú a su corazón, transfórmalo, endúlzale ese corazón, porque no queremos infringir Tu mandamiento con nuestras discusiones o separándonos”. Y recordamos aquí la palabra del Señor, cuando dijo que “Moisés escribió este precepto por la dureza de vuestros corazones” (Marcos 10, 5).
Y si la única “solución” o el mal menor es, de hecho, un distanciamiento, una separación, entonces, con oración, con contrición, con humildad, se puede permitir una separación lo menos dolorosa para todos, pensando siempre, en primer lugar, en los hijos. Para los hijos, la separación de los padres es una tragedia indescriptible. Esto lo he entendido mejor desde que soy padre espiritual, confesando a muchas personas. Estas desgracias hieren y afectan generación tras generación y, tristemente, tienden a repetirse.
Luego, por una parte, la separación y el divorcio tendrían que ser una solución solamente cuando representen el mal menor. Por otra parte, hay que cultivar el amor, porque a esta virtud se reducen todos los mandamientos del Señor. Y no por eliminación, sino por síntesis. El amor lo abarca todo. El amor a Dios primero, porque es el primer madamiento, sin el cual no se puede fundar nada, y el amor al prójimo, que es el segundo. El amor es la esencia del hombre. No sé cuál de los Apóstoles decía que “los mandamientos de Dios no son pesados” (I Juan 5, 3). Dicho mandamiento del Señor es precisamente eso que anhela y desea mi alma en su profundidad.
(Traducido de: Celălalt Noica – Mărturii ale monahului Rafail Noica însoțite de câteva cuvinte de folos ale Părintelui Simeon, ediția a 4-a, Editura Anastasia, 2004, pp. 122-123)