Palabras de espiritualidad

No olvides, hermano, todo lo que Él hizo por ti

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Hermano cristiano, jamás olvides esos momentos en los que se estaba materializando nuestra felicidad.

De la Pasión de Cristo, como de una fuente de salvación, brotó toda nuestra seguridad. Su muerte es la causa de nuestra vida. Sus sufrimientos son el origen de nuestro gozo. Con Su juicio y condenación fuimos librados del juicio y el castigo eterno. Con Sus heridas fuimos sanados. Con las cadenas con las que fue atado, a nosotros nos desató las cadenas del pecado, razón por la cual le cantamos, junto con el profeta: “Tú rompiste mis cadenas. Te ofreceré sacrificios en acción de gracias” (Salmos 115, 16-17).

De Su tristeza vinieron nuestra paz y nuestra alegría eternas. Con Sus piadosas lágrimas limpió las lágrimas de nuestros ojos y nos dio una prerrogativa para presentarnos ante el Padre Celestial. Desvistiendo Su divinidad nos tejió el atuendo de la salvación y el vestido de la alegría. Con Su humildad nos enalteció. Con Su condenación y deshonra hizo que nosotros alcanzáramos la honra y la gloria eternas.

En conclusión, toda la felicidad espiritual vino a nosotros desde Su fuente de redención. Por eso, es debido que a Aquel que es la fuente de nuestra vida, junto con el Padre y el Espíritu Santo, le presentemos nuestra gratitud eterna.  Hermano cristiano, jamás olvides esos momentos en los que se estaba materializando nuestra felicidad: cuando Dios, con el aspecto de un hombre y un siervo, vino al mundo por nosotros, vivió entre los pecadores, comió, bebió y habló con ellos; cuando soportó blasfemias y persecución por parte de Sus malos siervos, cuando lloró por nuestros pecados, se entristeció, se asustó y sudó sangre; cuando fue vendido, entregado por un discípulo adulador e ingrato, y cuando fue abandonado por los demás; cuando fue atado, llevado a juicio, juzgado y condenado a muerte, insultado, escupido y difamado; cuando gritaron en contra Suya: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” (Juan 19, 6); cuando fue crucificado entre bandidos y, por nuestra salvación, murió en la Cruz. Esmérate en seguirlo con fe, amor, humildad, mansedumbre y paciencia, presentándole siempre tu gratitud, porque Él es tu redentor, para que puedas estar eternamente con Él en Su Reino.

(Traducido de: Sfântul Tihon din ZadonskComoară duhovnicească, din lume adunată, Editura Egumenița, Galați, 2008, p. 36)