Palabras de espiritualidad

No olvides la necesidad que tienes de orar

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Apresúrate, alma mía, y persevera; ora aquí, en este desierto al que Dios te trajo, para que no sea en vano tu paso por este lugar.

No podrás amar al Señor, si no oras incesantemente. No podrás cumplir con tu norma de obediencia, si no pides el auxilio que viene de lo alto. No podrás llorar, ni conocerte a ti mismo, ni empezar de nuevo, ni humillarte, si no se lo pides a Dios por medio de la santa oración. “Pedid y se os dará”, dice el Señor. No podrás salvar tu alma, si no vives una vida de santa oración. Luego, nada podrás conseguir, nada podrás realizar, nada podrás avanzar en el camino de la vida espiritual, si no oras constantemente.

Así las cosas, te propongo que te esfuerces más en la oración. Hazlo como puedas, como sientas que te es más útil; tú ora siempre, en paz. Caminando, atravesando la ciudad o algún poblado, obedeciendo la norma de trabajo que se te imponga o simplemente estando en tu celda, tú ora siempre. Sea con tu boca, o con tu mente, escuchando el rezo, o en secreto, tú ora siempre. Repite la “Oración de Jesús”, lee los Salmos, sigue tu regla de oraciones, los acatistos, las paráclesis, los cánones... todo lo que puedas y quieras, pero hazlo siempre y con mucha humildad. Este es tu alimento vital, esto es lo que te fortalecerá en todo. La oración hará que vengan a tu corazón la brisa de la misericordia y el don de Dios. Hazlo, y vivirás por la oración. No te pongo límites ni leyes, no te obligo a andar un camino más severo de oración, en donde se necesita de mucho más tesón y esfuerzo, porque sé que no lo podrías seguir; te dejo libre, tú sólo ora siempre y con mucha humildad. Eso sí, que nadie sepa de tu vida de oración. No olvides que, permaneciendo en la iglesia con atención y en oración, hallarás mucho consuelo y paz. Fuera de la Divina Liturgia, a la que no debes faltar jamás, cuando puedas asiste también a los oficios nocturnos, y te será de un gran provecho. Póstrate hasta el suelo, cierra los ojos, concentra tu mente, une tus manos, adéntrate en la recámara de tu corazón y quédate ahí todo lo que puedas, en oración ferviente, y el Señor se apiadará de ti. Apártate de los demás, de tus amigos, de las reuniones, de los tumultos, para poder orar puramente y con devoción. No pierdas el tiempo hablando o sin hacer nada. No malgastes los pocos días que te dio el Señor, sino que huye de todos, refúgiate en tu celda, en tu corazón, y ora con esperanza.

Aprende a amar los lugares solitarios y silenciosos, para aprender también a orar mejor. Alimenta el anhelo de orar, buscando solamente lo que te es de provecho. Medita y pide en la oración que el Señor te otorgue la capacidad de conocerte a ti mismo, y que te conceda las lágrimas y el llanto al orar, la paciencia en la obediencia, la humildad en todos tus actos, la devoción y el temor de Dios. Tú ora siempre, que el Señor te dará todo lo que necesitas en esta vida y el Paraíso para la vida eterna.

Apresúrate, alma mía, y persevera; ora aquí, en este desierto al que Dios te trajo, para que no sea en vano tu paso por este lugar. Ama esta trinidad de virtudes: el amor, la obediencia y la oración. Ama a todos, obedece a todos y ora sin cesar. ¡Alégrate, porque esto fue lo que el Señor dispuso para ti! Acuérdate de dónde estabas hace solamente seis años... ¿por dónde deambulabas, quién te conocía, quién te ayudaba y qué esperanza tenías? Pero todo eso ya pasó. El Señor se mostró clemente contigo. Entonces, agradéceselo, persevera, haz el bien siempre y en todo lugar. ¡Amén!

(Traducido de: Mi-e dor de Cer, Viața părintelui Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 148)