Palabras de espiritualidad

¡No podemos cejar en nuestro esfuerzo por salvar nuestra alma!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Cómo podríamos dejar de hacer un solo esfuerzo por nuestra alma, que es la única riqueza que el sepulcro no engullirá cuando muramos?

«Déjame preguntarte algo, querido compañero de viaje, y la respuesta que me des te servirá a ti también. ¿Qué es más importante para el recién nacido? ¿El alimento, el abrigo, el baño o la protección? Podrás decir que cada una de esas cosas es más importante que la otra, pero tienes que reconocer que las cuatro son muy importantes para el correcto desarrollo del niño.

El alma de un hombre que, habiendo despertado de una vida de pecado, se ha convertido, es como un niño recién nacido. Acuérdate de lo que el Señor le dijo a Nicodemo sobre el volver a nacer del hombre. El alma recién nacida necesita ser alimentada con la enseñanza de Cristo y purificada por medio del ayuno y la oración, además de ser abrigada con el amor a su Creador y protegida con el discernimiento y el control de los pensamientos y los deseos, de todas las amenazas y los ataques del enemigo.

¿Qué fue lo que el Señor les dijo a Sus Apóstoles? “Si me amáis, guardad Mis mandamientos”. No les dijo: “guardad un mandamiento”, sino “guardad Mis mandamientos”. Todos. Y los mandamientos de Cristo se refieren a nuestro esmero en cuidar el alma. No se trata de un solo esfuerzo, sino de muchos. Tú eres un conocido agricultor. ¿Cuánto empeño pones en cuidar un solo árbol frutal? No descuidas ninguno de ellos. Entonces, ¿cómo podríamos dejar de hacer un solo esfuerzo por nuestra alma, que es la única riqueza que el sepulcro no engullirá cuando muramos? En tu caso, te pareció importante hacer esa peregrinación a Jerusalén. Si bien es cierto que hacer esos viajes no es un mandamiento de Dios, tú, por amor al Señor y buscando el bien de tu alma, asumiste ese sacrificio. Entonces, ¿cómo podemos ignorar uno solo de los mandamientos de nuestro Señor, como si fuera una cosa insignificante?

¡Que la paz y el gozo del Señor queden contigo!».

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, Editura Sofia, p.32-33)