No sabemos cuándo vendrá ese inevitable momento
A uno la muerte le sorprende en un accidente, a otro en un terremoto, a otro en una noche cualquiera con un dolor repentino. ¡Solo Aquel que está en lo Alto lo sabe todo! Por eso, debemos estar siempre preparados.
Mira a una niña pequeña, como una florecita, o a un niño. Crece, se hace más grande, se alza como una flor que se abre al sol. Se casa, y poco a poco comienza a marchitarse. De pronto, en su cabeza aparece un cabello blanco. Luego, más. Es la señal de que el fin del viaje se acerca. Es el otoño de la vida. Cuando el cabello se vuelve gris, el otoño ya está llegando. La muerte se aproxima, y partimos hacia la eternidad. Pero ¡cuántos no mueren antes de envejecer! Si la muerte viniera a buscarnos solo después de los ochenta años, podríamos decir: “Espera, todavía me quedan cosas por hacer”. Pero el Señor nos dejó un arma para todos los tiempos cuando dijo: “Velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora en que vendrá el Hijo del Hombre”.
No sabemos cuándo partiremos. Unos se van cuando aún son niños; otros, siendo jóvenes, y otros habiendo alcanzado la vejez. A uno la muerte le sorprende en un accidente, a otro en un terremoto, a otro en una noche cualquiera con un dolor repentino. ¡Solo Aquel que está en lo Alto lo sabe todo! Por eso, debemos estar siempre preparados.
(Traducido de: Ne vorbește Părintele Cleopa - 3, Ed. Mănăstirea Sihăstria, 2004, p. 86)