Palabras de espiritualidad

¡No seamos negligentes con las cosas del alma!

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Cristo el médico de nuestras almas, Quien sabe todo y para cada pasión y sufrimiento nos da el remedio más provechoso. Así, lo único que puede impedir que sanemos del alma es nuestra propia indolencia.

Hermanos, estemos atentos a todo y procuremos no perder el tiempo, porque una pequeña dejadez puede llevarnos a los más grandes problemas. Fui a visitar a un hermano y lo encontré enfermo. Al preguntarle qué tenía, me respondió que tuvo una fiebre de siete días, y que desde entonces habían transcurrido más de cuarenta sin poder reponerse ¿Vemos, hermanos, a cuánta miseria nos lleva la indolencia y la negligencia? Al principio, la persona no le da importancia a algo aparentemente pequeño e insignificante, y esto lo lleva a sufrir alguna contrariedad, pero siendo débil y endeble por naturaleza, mucho le costará vencer esa debilidad. Siete días duró la fiebre de aquel hermano, y he aquí que más de un mes después no había logrado recuperarse por completo. Lo mismo ocurre con las enfermedades espirituales. La persona comete algún pecado aparentemente pequeño, lo que luego lo lleva a sufrir terriblemente, hasta verse obligada a buscar el auxilio de un médico. Y si no sanamos, al menos en el caso de las enfermedades del cuerpo, podremos encontrar muchas causas: o es que los medicamentos, por viejos, ya no eran útiles, o el médico es un inexperto y por ignorancia nos recetó algo inadecuado, o simplemente soslayamos las recomendaciones del doctor. Pero, en las cosas del alma, las cosas son distintas, porque no podemos decir que el médico es inexperto, ni que nos ha recetado unos medicamentos equivocados. Porque es Cristo el médico de nuestras almas, Quien sabe todo y para cada pasión y sufrimiento nos da el remedio más provechoso. Así, lo único que puede impedir que sanemos del alma es nuestra propia indolencia.

(Traducido de: Avva Dorotei, Învăţături folositoare de suflet, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, p. 32)