“¡No sólo no incensaré tu ícono, sino que tampoco oficiaré las vísperas!”
Al padre Jacobo Tsalikis se le otorgó, por parte de Dios, un fuerte vínculo con los santos, especialmente con el Piadoso David y con San Juan el Ruso. Les hablaba con sencillez, pero directamente. Y les pedía lo que fuera, sin vacilaciones.
Cumpliendo estrictamente con las leyes del monaquismo y esforzándose con una severidad sin igual, al padre Jacobo Tsalikis se le otorgó, por parte de Dios, un fuerte vínculo con los santos, especialmente con el Piadoso David y con San Juan el Ruso. Les hablaba con sencillez, pero directamente. Y les pedía lo que fuera, sin vacilaciones. Ejemplo de ello es lo que ocurrió en 1972, cuando un forastero de Rovies (Grecia), entró al terreno del monasterio y taló varios olivos, de los pocos que aún quedaban en el lugar, con tal de hacerlos leña. El padre Jacobo se consternó mucho por lo acontecido, ya que, debido a las expropiaciones, al monasterio le quedaba una simple huerta con unos cuantos olivos,. Le resultaba difícil acudir a la policía y poner una denuncia, sabiendo que el hegúmeno lo había dejado a cargo del monasterio. Tenía tantos problemas... lo único que le faltaba era meterse en asuntos judiciales. Hondamente apesadumbrado, no dudó en correr a la iglesia y ante el ícono del Piadoso David, oró así:
—Yo, mi amado santo, dejé todo lo que tenía, mi casa, mi propio vergel, todo, con tal de venir aquí, por amor y para servirte también a ti. Sabes que te amo y que te venero. El huerto (del monasterio) es tuyo. Y, sin embargo, no te molesta que entre cualquiera y lo destruya. No puedo ir a la policía. Así, te pido que antes de que anochezca me presentes al que cortó esos pobres olivos. De lo contrario, tomaré tu ícono y, poniéndolo en una caja, dejaré de incensarlo y de mantener una vela encendida ante él todo el tiempo.
Y el Piadoso David “aceptó”. Por la tarde, antes de que comenzaran las vespertinas, el padre Jacobio vio que un extraño entraba a la iglesia. Era un campesino. Entonces entendió que se trataba del autor del desaguisado, pero se quedó esperando. Cuando se terminaron las vespertinas, el desconocido se acercó al padre Jacobo y le confesó su falta, para después devolver lo que se había llevado.
Tres años más tarde, algo semejante ocurrió. Cuando los padres se preparaban para las vísperas, notaron que alguien había entrado a la tienda del monasterio y había robado el dinero que había ahí.
Entonces el stárets, apenado, acudió al ícono del Piadoso David, y le dijo:
—Si no me ayudas a encontrar al que hizo esto, no sólo no incensaré tu ícono, sino que tampoco oficiaré las vísperas.
Minutos más tarde, el Piadoso David “trajo” al ladrón. Éste entró a la iglesia entre un mar de lágrimas y, cayendo de rodillas, empezó a pedir perdón por lo hecho.
(Traducido de: Stelian Papadopulos, Fericitul Iacov Țalikis, Starețul Mănăstirii Cuviosul David „Bătrânul”, Editura Evanghelismos, p. 140-141)