Palabras de espiritualidad

No son nuestros méritos los que nos tienen vivos, sino la misericordia y el amor de Dios

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Decimos que Dios es justo, pero ante todo es bueno. Si Dios fuera solamente justo, si sólo se dedicara a impartir justicia, en este mismo instante deberíamos morir todos, porque vivimos sumergidos en el pecado y no podemos dejar de pecar.

¡Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra!

No se trata de heredar este mundo. ¡Los crueles, los despiadados son quienes heredan esta tierra! Ellos son los que mandan, los que tienen las riendas, el cuchillo y el pan, la riqueza y el poder. La tierra que van a heredar los mansos es otra. En el fin del mundo, dice el Santo Apóstol Pedro, los cielos arderán y la tierra será purificada con fuego, quedando más blanca que los huesos de los muertos. Y esta tierra será un cielo nuevo y una tierra nueva, en donde habrá de reinar la justicia, para siempre. ¡Esta es la tierra que heredarán los mansos, no el mundo en el que vivimos! Este mundo está en las manos del maligno, porque los poderosos de nuestros días no han sido enviados por Dios, no piensan en Él, no piensan en los desafortunados y sólo se aprovechan de ellos.

¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia!

Esto puede comprobarse aún en nuestro mundo de pecados. Si eres misericordioso, Dios se apiada de ti. Si eres bueno con otros, también otros serán buenos contigo. Si tu misericordia se manifiesta con acciones, serás bendecido. Y aunque alguien te criticara, no podría dejar de reconocer que eres misericordioso; y cuando te halles en necesidad, siempre encontrarás alguien que te tienda la mano.

Decimos que Dios es justo, pero ante todo es bueno. Si Dios fuera solamente justo, si sólo se dedicara a impartir justicia, en este mismo instante deberíamos morir todos, porque vivimos sumergidos en el pecado y no podemos dejar de pecar, aún asistiendo con frecuencia a la iglesia. No son nuestros actos los que nos tienen vivos, sino la misericordia y el amor de Dios.

(Traducido de: Părintele Cheorghe Calciu, Cuvinte vii, Ediţie îngrijită la Mănăstirea Diaconeşti, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 174-175)