No te entristezcas, querida madre, porque la tristeza inconsolabe es también un pecado. Toda la tierra le pertenece a Dios, incluyendo todo lo que hay en ella. Dondequiera que se halle la tumba de tu hijo, sigue estando en la tierra de Dios. Cuando tocas la negra tierra que hay frente al portal de tu casa, estás tocando también un rinconcito del sepulcro de tu hijo. Y el Ojo de Dios, que todo lo ve, cubre todo el mundo y puede ver tanto a los muertos como a los vivos. Si tu hijo está oculto para ti, no lo está para Dios, porque Él mismo fue Quien lo escondió para que tu corazón se purifique por medio de la tristeza y para prepararte una sorpresa llena de felicidad: el gozoso encuentro con tu hijo en Sus jardines eternos.

Recuerda que aún no se conoce la tumba de muchos santos y justos. Ánonimas quedaron las tumbas del profeta Moisés, de los apóstoles y discípulos de Cristo, de muchos ascetas y monjes. Pero sus nombres aparecen hoy en el calendario. Los honramos, los recordamos, construimos iglesias en su nombre, les pedimos en oración, aunque nadie conozca el lugar de su última morada. Así pues, no te entristezcas, porque la tumba de tu hijo será siempre conocida por el Ojo de Dios, como las de muchos santos y santas.

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, Editura Sofia, p. 13)